(Por Hugo Melián/ ex concejal) La entrega del mandato presidencial de Raúl Alfonsín a Carlos Menem marcó dos hechos políticos sin antecedentes en nuestra historia del siglo XX. El primero fue la culminación del período de transición de la dictadura militar a la democracia y el segundo el traspaso de un presidente elegido por la voluntad popular, a otro también elegido de la soberanía popular y de distinto color político.
El primero de ellos dio comienzo el 10 de diciembre de 1983, “Y, era una alegría extendida, transversal, que atravesaba a todos los sectores sociales, a todas las fuerzas políticas y a todas las edades. Era dejar atrás el terrorismo de Estado, la violencia política, el desprestigio internacional, la censura en los medios de comunicación social, la clausura de determinados autores y músicos. La pretensión que tuvo la dictadura de reinventar, dominar y conducir la vida personal de cada uno de los argentinos se expresó, por ejemplo, en algún uniformado que dijo: “Yo soy el dueño de la vida y de la muerte de los argentinos”. Eso era la dictadura.” Así lo describe Jesús Rodríguez en su blog el 10/12/2025 bajo el título “La democracia es una flor que hay que cuidar todos los días”.
Ese período de transición no fue un lecho de rosas. Alfonsín debió enfrentar los descabellados intentos de “perdón” de quienes sembraron el país de terror y violencia. Casi unos dos meses antes de las elecciones, la dictadura sanciona una disposición de facto, decretando indulto para quienes habían incurrido en actos de violencia a partir del 25 de mayo de 1973, última amnistía impartida desde el Congreso durante el gobierno de Héctor Cámpora, hasta septiembre de 1983. Allí cabían los integrantes de las organizaciones guerrilleras y a los que hubieran actuado en la represión ilegal de las organizaciones armadas.
El gobierno del presidente Alfonsín tuvo que tomar decisiones para cumplir con lo que después fuera un ejemplo en el mundo. Sin revancha, con ética “introdujo un dispositivo jurídico que incluyó dos decretos: uno por el cual ordenaba al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas iniciar juicio a los comandantes de las tres Juntas Militares; y otro que instruía al Procurador General a iniciar proceso de persecución penal para los jerarcas, los líderes de las organizaciones guerrilleras.” Así fueron extraditados y condenados jerarcas del terrorismo y la represión como Firmenich y López Rega entre otros.
Fue un juicio con las garantías de la ley y la constitución superior a Núremberg, donde los ganadores de la guerra juzgaron a los perdedores. Otra cosa inédita fue la CONADEP, presidia por Ernesto Sábado, que fue imitada por otros presidentes como el caso de Mandela, en Sudáfrica, con la Comisión de la Verdad que concluyo con el apartheid y por muchos otros países latinoamericanos que concluyeron con sus guerras civiles e iniciaron investigaciones con comisiones de la verdad. No cejaron, sin embargo, los responsables de la violencia, en su intento de quebrar el espíritu del gobierno de la democracia. Los intentos trasnochados de los carapintadas y la alocada aventura de la guerrilla en La Tablada fueron los intentos fracasados que no perturbaron en mínimo el vigor del presidente Alfonsín.
“La inauguración de la democracia del 83 … dejó atrás la violencia como método, le quitó legitimidad social porque se conoció lo que había sucedido. Pensemos que esa violencia no era patrimonio solo de la Argentina, sino de América Latina. Pero el gobierno del presidente Raúl Alfonsín termino con eso… Lo que el radicalismo hizo fue poner en el centro de la acción política, del debate público, y de la discusión en la sociedad el concepto, la noción y el valor de la democracia.” (Jesús Rodríguez)
