Ferraris, su hijo y Rubén Baldo

(Por Leo Baldo)

De chico, le robó un avión a su hermano mayor. Hace casi 49 años que vuela. Presta servicios de fumigación y tiene un taller reconocido en nuestro país. De perfil muy bajo, habla desde su pueblo natal, 25 de Mayo. Con su firma, sacaron tres premios en el evento más importante de Latinoamérica. Más allá del reconocimiento, siente que el espacio que generó sirve para formar y contener a jóvenes. “Lo principal es que los que no tenían un trabajo en concreto aprendieron un oficio que les gusta”, adelanta.

Leandro Ferraris tiene 66 años, es oriundo de la ciudad de 25 de Mayo y hace casi 49 años que vuela.

“Si te tengo que decir la verdad sobre cómo comencé a volar se va a enojar mi hermano- ríe- Es que le robé el avión a él y a unos socios que tenía. Aprendí mirando”, dice.

Un día, otro aviador de la misma ciudad, Guillermo Linzoian, lo invita: “Che, ¿vamos a volar? Leandro no tardó en contestar. Fue un si rotundo. Tenía 20 años. El aviador que lo propulsaba le dijo, “ya estás para salir sólo” Y así fue, Leandro en el aire.

En ese momento el aviador veinticinqueño que hoy representa a una de las más grandes firmas de mecánica aeronáutica en el país, no tenía nada de plata. Es decir, no había hecho curso alguno, a pesar de que existían. Su primera experiencia no la lleva a cabo en el Aeroclub de 25 de Mayo, sino en el lugar en el que funciona su firma. Antiguamente, un hangar.

A partir de ese episodio, Leandro aterriza y sale airoso. Roberto, su hermano, decide regalarle el curso de piloto en Saladillo. El curso, dice, estaba a cargo del Instructor Macharolli.

“Fue así que nos compramos un avión con Daniel Guastello. Volábamos sin licencia, sin nada. No es lo que corresponde”, remarca desde un lugar que preconiza responsabilidad ante la norma.

Viajaban 42 km a Saladillo, realizaban el estudio, y volvían a su 25 natal en el avión. Todo era y es avión.

Cuando se visita el taller de Leandro Ferraris se contemplan diferentes naves para diversos usos: las hay de fumigación, de viajes privados, de placer, de acrobacia. Además, las piezas de cada avión que los empleados de la firma ensamblan.

A la pasión la convirtió en su trabajo. En la zona agraria de la que es oriundo, comienza a ofrecer los servicios de fumigación de manera particular. Nada fácil pilotear sobre los sembrados con los cables de alta tensión en las cabeceras y dar la vuelta.

“Todo avanza. No solamente en la parte aérea sino en la parte de aplicación. En estos últimos 25 años el adelanto tecnológico fue impresionante”, explica bien parado con el fin de que cada persona entienda.

Dice que antes a cualquier “avioncito” se le metía un tanque y salía a volar. “Después de la fábrica Piper y Cessna, una especie de Ford y Chevrolet, para que la gente lo entienda; Estados Unidos empezó a fabricar aviones específicos para la fumigación de cultivos”.

Naves diseñadas por ingenieros, sofisticadas. El adelanto técnico restó la cantidad de accidentes. Hay que fumigar, hay que vender el cultivo.

“Los aviones de hoy tienen la tolva en donde va el producto químico y luego viene el piloto”, relata Leandro, mientras en una sala en la que nos sirvieron café, lo escuchamos junto a 4 personas más que son parte del equipo. “Antes estaba el motor, el piloto y el tanque. En caso de impacto quedabas como un sanguchito”, manifiesta.

En casi 49 años de piloto una sóla vez impactó contra un cable. Agradece a Dios, quien lo acompaña. En el presente tienen dos aviones para fumigar. Uno lo vuela Leo, su hijo y el otro, él.

“Le pido a la gente que no se asuste. Acá – y lo vi- uno puede ver animales, rosas, sauces, plátanos y está todo lleno de césped”, pretende convivir con el grupo que se manifiesta en contra de los agrotóxicos.

En tanto, explica: “Esto de la fumigación aérea tiene que ver con la responsabilidad que se asuma en el trabajo, de la misma manera en la que hay médicos buenos y malos, o docentes buenos y malos, hay pilotos buenos y malos”,

Asimismo, refuerza: “La Cámara de Aplicadores de la Provincia de Buenos Aires se ocupa mucho sobre el tema de la contaminación”. Entre varios cuadros que cuelgan de las paredes de la sala, hay certificados del INTA.

En el día de hoy se usan aviones que son exclusivos para fumigar. Comenta que la última adquisición que realizaron en Estados Unidos, sirve para siembra aérea, fumigación e incendios. Lo veo, es un coloso amarillo de ingentes alas. Descansa en uno de los dos galpones. De hecho, vino volando desde el norte. Tardó cinco días. Es un turbo hélice que tiene una computadora que le va marcando el caudal por hectárea y se puede ajustar a mano o, sino se encarga la computadora. Habla de los vientos y las derivas que pueden llevar el producto a otra zona. La máquina, lo impide- “La persona que no está en el tema no tiene la obligación de aprender todo eso, por eso informo”, declara.

Mientras habla, estimo que está volando, pero lo tengo enfrente, en un sillón. “No hay más banderilleros, fueron reemplazados por la tecnología, también”, agrega, quien, además, fue piloto de Turismo de Carretera.

LA FIRMA. REFERENTE A NIVEL NACIONAL: UNA GRAN FAMILIA. LA FORMACIÓN, ANTE TODO

“Logramos armar un taller aeronáutico que está habilitado, pero no para todos los aviones. El ANAC, Administración Nacional de Aviación Civil, nos regula. A partir de la entidad nosotros sabemos en qué tipo de aviones trabajar”, narra. La empresa se llama HF Aviaciones.

Tienen todas las herramientas correspondientes, hasta la más sencilla, para arreglar o transformar un avión. Lo dice, mientras en otra parte del terreno, hay personas trabajando en fuselajes.

“Nosotros tenemos que apretar una tuerca y debemos ir al manual para saber qué tipo de pieza lleva”, resume con simpleza. Se ajusta a la norma. Pasa lo mismo cuando tienen que desarmar la estructura de un avión o trabajar sobre un magneto para la parte eléctrica.

“Acá tenemos un banco de pruebas. Ahí, en base al manual, nos ajustamos”, sostiene.

Leandro es detallista, apasionado. Comenzó con el taller por una “locura” de él. Es que llevaba piezas a otros talleres y no estaba a gusto con el producto final. “Así que empecé a trabajar yo en la mecánica”.

Un silencio, se emociona. Respira.

“En aquel tiempo tenía de amigo a un mecánico de la fuerza aérea. Don Héctor Inocencio”, relata con absoluto respeto y cariño. Don Héctor. “Me enseñó muchísimo. Me entusiasmé demasiado. Aprendí desde lo que es seguridad hasta la parte de motor y el resto”.

Menciona que Héctor hacía la parte del motor y él lo correspondiente a la estructura, Autodidacta Leandro Ferraris. Es humilde. Le cuesta la entrevista. 45 años atrás hace que se dedica a la mecánica de aviones. Hace 14 años que tiene el taller habilitado.

“Trabajé unos años, pero siempre me interesó transmitir mi pasión a los más jóvenes”, sostiene.

Así fue que varios se fueron acercando al viejo Hangar de Leandro. “A mi me interesaba que la gente de mi pueblo aprendiera”.

“Hay un muchacho muy jovencito que en este momento está trabajando y que le gustaba la mecánica. Hacía carburadores y metía mano en las motos”. Habla de Gustavo, quien trabajó en una fábrica en el Parque Industrial y también de albañil.

“Un día vino acá, medio asustado, pero con entusiasmo. Como aprendimos nosotros vas a aprender vos”, le afirmó. Gustavo hace 4 años que trabaja por su cuenta. Desarma y arma las estructuras. Entelan, explica Leandro. “Y tienen un oficio en el que les va muy bien”. Ferraris destaca la parte formativa y, sobre todo, el trabajo local. Siente su tierra. En nuestro pueblo es una persona conocida más allá de su bajo perfil.

Su taller es famoso en Argentina. A pesar de la desventura económica que atravesamos en nuestro país, Leandro es optimista y dice que se puede agrandar su familia, no la llama empresa. También, y es para otra nota, son los únicos en el país que vuelven a dar vida a naves que volaron en la segunda guera mundial.

Hace poco tiempo, los dueños de los aviones en los que trabajan, llevaron las naves a un evento organizado por la EAA – Asociación Argentina de Aviación Experimental. “Ahí premian todo tipo de aviones, desde los clásicos hasta helicópteros, se realizan festivales aéreos. Es la más grande de Argentina y hasta de Latinoamérica”, sentencia.

“Tuvimos la suerte de sacar tres premios- le llama “suerte”, a mí me gusta definirlo como trabajo- Fue una gran satisfacción para todos nosotros. La mejor satisfacción es formar”. En el taller trabajan 7 personas.

“Lo principal es que los que no tenían un trabajo en concreto aprendieron un oficio que les gusta. Claro que hubo otros que vinieron y no se apasionaron, como en todo”, enfatiza, medio emocionado nuevamente. Su taller aeronáutico es, más allá del trabajo, un dispositivo pedagógico, de contención. “Están felices”, suma.

El taller de Leandro presta servicio en Argentina y hasta en Latinoamérica. Desde 25 de Mayo, a todo el país. Tiene conocidos clientes, pero prefiere no dar sus nombres. Él no asume que su firma es un lugar de referencia. En la zona sólo hay tres, en Lincoln, Chivilcoy y 25. Pero deja entender que Ferraris es el más consultado en nuestro territorio, desde Jujuy hasta a Tierra del Fuego.

Leandro agradece al Tiro Federal de su ciudad por haber cedido el terreno y a muchas personas que hicieron que el taller fuese posible.

Leandro sigue formando. Quiere que hablen los más jóvenes.

En tanto, ante una pregunta sobre las piezas, dice que los componentes y los certificados, con los que arman un avión, son importados. Compra en Venado Tuerto, Santa Fe, en la firma Arabia S.A.

El piloto de tc quedará para otra entrevista.

-Leandro, ¿qué preferís, arreglar aviones o volar?

-En esa orden, contesta. Mi pasión es estar abajo y luego arriba.

No sé lo que es “arriba” para Leandro. Él si lo sabe.

No me queda el cierre de la entrevista. Voy por otra.

– ¿Qué es volar para Leandro Ferraris?

El silencio es el lenguaje. Piensa. Se le llenan nuevamente sus grandes ojos de lágrimas.

-Es una pasión-, finaliza.

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