Literatura: Cuento alvearero

El periodista y escritor, Matías Kraber, nos convida uno de sus hondos relatos. Imperdible

(Por Matías Kraber)

El olla tiene mirada de pájaro. Esos ojos que miran la nada. Aunque te enfoquen cuando te habla, el foco está puesto en un punto remoto del aire. Una mirada perdida que siempre acaricia de refilón la bohemia: eso que sucede más lejos o en otro tiempo. La nubosidad de la nostalgia hace agua en el ojo mientras se come un maní y siente el gusto de la Quilmes fría. El bar es un boliche y huele a costumbre, la costumbre de estar ahí en el ágora de la barra o en esos que ahora juegan a las bochas en alpargatas porque la tierra siempre es lisa.

Ya no hay más guitarras que suenen: es la tele, los vasos, los bochazos o el desliz de las cartas con algún vozarrón de trueno diciendo truco.

Tampoco él canta tanto como antes. Ni siquiera truco. Ni siquiera trueno. Es más el que cuenta historias acodado a la madera gastada de la barra. Es un jubilado que va al club y es parroquiano fiel. Deambula de afuera al juego. Lo orillea mientras camina a paso lento por esos azulejos color vainilla. Es un poco orillero también. Siempre admiró a los poetas que cantan. Él mismo cantó en otra época y cada tanto alguien lo pincha para que cuente alguna historia de Los Poders, ese conjunto de muchachos en camisas rojas y pelos un poco más largos de la normalidad que se arrimaban a Los Beatles pero en medio del pueblo y con la influencia de esos tempraneros sesenta en Argentina en la que Los Iracundos o Sandro sonaban en las radios y otros tantos muchachos dispersos a lo ancho del territorio nacional, emulaban con sus propios amplificadores y teclados. Litto, el olla dice que Litto Nebia es todo.
Después me dice que lo conoció. Que lo fue a ver acá nomás al Cine Español del pueblo y se le acercó a los camarines después. Tiene una foto también dice. Que sí que le contó de Los Poders que ellos hicieron siempre La Balsa y Viento dile a la lluvia.

Que son canciones que cada vez que suenan lo emocionan y lo hacen viajar a cuando viajaban por la ruta a Veinticinco de Mayo a cantar esos hits y que la gente los amaba. Les llevaban la felicidad en formato de canciones mientras los viernes o los sábados a la noche hacían suceder cosas alrededor de una pista de baile y la madrugada del pueblo. Eran Los Gatos de tierra adentro y tenían el magnetismo musical de la juventud.

– No cierto que él fue el Litto Nebia- dice el Lelo entre tartamudeos a Beto el cantinero- ¿No cierto Beto?

– Pero sí, ¿No sabes cómo se ponían esos bailes del Prado con Los Poders? No sabes, vos.

Es verdad que yo no sé. El olla tiene la piel rosada y las cejas tupidas que le hacen un arco grisáceo por arriba de los ojos saltones de pájaro que miran acá y allá. Son las 8 de la noche. Es la hora que siempre le interesa estar en el boliche.

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