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Confesión

Confesión

Medianocheció sin que ninguno se diera cuenta.
Los porotos quedaron quietos, hartos de un truco longevo.
Cuatro vasos, invulnerables desde temprano, transparentaban ginebra.
No eran amigos.
Cómplice de una sensibilidad reparadora y con casi nadie en el boliche, la noche mostró su respeto a esas almas.
No hacía falta competir. Solo escuchar al otro sin decir nada.
Humildad mata proeza.
Esos momentos, mágicamente disfrutados, anulaban el boicot del día después.
Eran hermanos.
Una botella más tarde, comenzaron las confesiones, acordando que la vida no era fácil.
Uno confesó cosas que lo habían marcado en su infancia.
Su compañero de juego confesó que fue el último en enterarse del engaño.
El de la izquierda manifestó que había estado preso.
La solemnidad reinaba en ese momento.
Solemnidad que se derrumbó, cuando Ernesto confesó que tenía un solo pezón.

Autor: Rogelio Irigoin

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