(Por Leo Baldo) En tiempos donde la política suele medirse por declaraciones altisonantes o disputas estériles, la entrega de 70 escrituras en 25 de Mayo ofrece otra escena. No hay épica ni slogans. Hay papeles, firmas y familias que cierran una etapa. Y eso, en la Argentina real, es política en estado puro.
Ramiro Egüen eligió pararse en ese terreno. El de la gestión que se mide por procesos que terminan y derechos que se consolidan. Porque el acceso a la vivienda no se agota en la entrega de una casa: se completa cuando existe seguridad jurídica, cuando el hogar deja de ser una promesa y pasa a ser un derecho pleno. La escritura es, en ese sentido, un hecho silencioso pero decisivo.
El dato central del acto, llevado a cabo en el Salón Blanco Municipal, hace un ratito, no fue solo la emoción de los beneficiarios, sino la lógica política que lo hizo posible. Nada de esto ocurre en soledad. Regularizar dominios, avanzar en mensuras, ordenar barrios y proyectar lotes con servicios requiere algo más que voluntad local. Requiere articulación con la Provincia, conocimiento técnico y una administración capaz de sostener trámites largos, poco vistosos y políticamente poco rentables.
Egüen parece entenderlo. Su perfil no es el del dirigente que confronta para ganar visibilidad, sino el del intendente que negocia, coordina y gestiona. La presencia de autoridades provinciales y el trabajo conjunto con organismos como la Escribanía General de Gobierno muestran una decisión clara: sin Estado en red, no hay política habitacional posible.
En ese marco, la articulación deja de ser una consigna para transformarse en una herramienta. El Municipio aporta tierra, planificación y cercanía con los vecinos; la Provincia, instrumentos jurídicos, financiamiento y programas. No es una subordinación ni una delegación: es una división racional de responsabilidades.
En un país atravesado por un déficit habitacional estructural, estos acuerdos no resuelven todo, pero ordenan. Y en política pública, ordenar es un acto profundamente transformador. La gestión de Egüen parece apostar a eso: menos discurso, más proceso; menos relato, más escritura.
Porque, al final, hay decisiones que no hacen ruido, pero cambian vidas. Y cuando los hechos empiezan a ordenar la política, gobernar vuelve a tener sentido.
