monje negro

(Por Leo Baldo) La discusión sobre la presidencia del Concejo Deliberante de 25 de Mayo —resuelta la semana pasada en términos más bien administrativos— dejó flotando una pregunta que vale la pena revisar: ¿hubo un monje negro operando para que el oficialismo retuviera el control?

En política argentina, los monjes negros no son leyenda: son operadores con acceso directo al poder, sin cargo formal, sin foto y sin declaraciones públicas. Trabajan en el territorio más sensible de la decisión: el que no se ve. Ordenan, persuaden, disuaden. Definen movimientos que el dirigente visible no puede firmar sin costo.

Y cuando un proceso que parecía disperso se acomoda sin fricción, la sospecha aparece sola.

Días antes de la votación, había circulado la hipótesis, expuesta por este medio, de un entendimiento entre La Libertad Avanza y el peronismo para disputar la presidencia. Lo mencionó incluso la concejal Yamila Galdós. No era un disparate: la aritmética legislativa lo permitía y la política municipal suele tener su propia lógica, distinta a la nacional.

Sin embargo, lo que sucedió fue otra cosa. La sesión transcurrió sin tensiones, y el oficialismo retuvo la presidencia con el doble empate previsto en la ley. Una situación que, más que responder a un gran acuerdo público, parece haberse definido en un plano subterráneo, donde la información circula de otra manera.

Consultar a distintos actores permite un patrón común: nadie reconoce haber intervenido, pero todos admiten que hubo conversaciones “fuera de escena”. Movimientos que no llegan a la superficie, mensajes que se transmiten sin quedar registrados, y ajustes sobre la marcha durante la misma sesión. Nada extraordinario: la mecánica habitual de los operadores políticos.

Ahí aparece la figura del monje negro.
No como personaje literario, sino como función:
— alguien que entiende el mapa de intereses de cada bloque,
— que identifica dónde están los puntos de quiebre,
— y que interviene antes de que un movimiento lateral provoque un problema mayor.

En este caso, el resultado final —la continuidad de Javier de Marcos y una estructura ordenada— parece menos la consecuencia de un clima de acuerdo y más el producto de esa ingeniería silenciosa. La política bajó la intensidad no por convicción, sino porque alguien se encargó de bajar la intensidad.

Los dirigentes hacen declaraciones.
Los medios multiplicamos versiones.
Pero las decisiones, muchas veces, se toman en otro piso.

Por eso lo central no es la foto final, sino el mecanismo que la produjo.

Y ese mecanismo —esta vez— tiene la marca inconfundible del monje negro.

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