huanguelén

El acceso a la localidad amaneció con un silencio inusual. Sobre la banquina, a metros de la ruta 60, un camión Mercedes Benz permanecía detenido sin señales de movimiento. Cuando la policía abrió la puerta de la cabina, encontró dentro una escena tan precisa como devastadora: Gustavo Suárez, de 48 años, y su hijo de 4, ambos muertos por disparos en la cabeza.

El hallazgo coronó una madrugada que había comenzado con un llamado inquietante. Minutos antes del crimen, Suárez contactó a su ex pareja, la sargento policial Daiana García. Con voz firme, le dijo que estaba estacionado sobre la ruta con el niño y que planeaba matarlo. Ella reaccionó de inmediato y envió un móvil al lugar, pero para cuando los agentes llegaron, ya no había nada por hacer.

La escena

Dentro de la cabina los oficiales encontraron manchas de sangre, una pistola calibre .22 y los cuerpos de padre e hijo. Las primeras pericias confirmaron un escenario lineal: Suárez disparó primero contra el niño y luego se quitó la vida. No hubo señales de forcejeo ni testigos.

La autopsia ratificó lo que la escena anticipaba. Y la investigación —en manos de la UFI N.º 5 del Departamento Judicial de Bahía Blanca— se centra ahora en reconstruir las horas previas al crimen.

Un conflicto que venía de antes

Según el parte policial, existían antecedentes de violencia familiar entre Suárez y García. Las medidas cautelares impuestas a raíz de ese conflicto habían vencido el 4 de diciembre, apenas cinco días antes del asesinato.

Fuentes de la investigación describen a Suárez como un hombre “obsesionado con el control” y “profundamente hostil” tras la separación. Esa hostilidad quedó plasmada sin matices en la carta que dejó antes de matar a su hijo.

La carta: un mensaje de ruptura y amenaza

La nota, escrita a mano en una hoja de cuaderno, mezcla tono acusatorio y determinación final. Allí, Suárez responsabiliza a su ex pareja por sus actos y anticipa su decisión.

“Nos vamos con Fran así estás tranquila. Te propusimos que no te fueras y lo hiciste igual. No te importó el amor de tu hijo”, escribió.

En otro tramo, su voz se vuelve más oscura, casi ceremonial:
“Me voy con mi bebé, porque prometí cuidarlo y así lo haré. Él va a estar junto a mí, donde sea que estemos y no en una vida de mierda. Te lo dije, el que ríe último, ríe mejor.”

La carta continúa con un mensaje final que, según investigadores, sintetiza el móvil: la intención de infligir un daño irreversible.
“Yo lo voy a seguir cuidando y vos no lo vas a volver a ver nunca más. Ahora no nos llores… la vida siempre te devuelve todo.”

Un pueblo quebrado por la noticia

Huanguelén —una comunidad pequeña, atravesada por el ritmo rural y alejada de episodios violentos— quedó paralizada. Vecinos describen la noticia como “un golpe seco”, imposible de comprender en un lugar donde las tragedias suelen llegar desde afuera, nunca desde adentro.

A medida que avanza la investigación, las autoridades intentan ordenar los detalles finales de un caso que combina violencia de género, manipulación emocional y un acto extremo de posesión.

La ruta donde apareció el camión ya fue despejada. Pero en Huanguelén, el eco de esa madrugada sigue circulando de boca en boca. No hay misterio que resolver, solo una tragedia cuyos límites todavía resultan difíciles de aceptar.

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