Narrativa que llega al alma. Por Luciana Rochetti
Andaba rápido en la playa, pero algo me detuvo, creí que las olas me habían traído un rayo en una botella desde la oscuridad del mar.
Su brillo se desvanecía al mirarlo;
mi sombra pesaba más que la negrura de la profundidad, ya que las cadenas de mi pasado pesaban más que mi propia oscuridad.
Pensaba que la profecía a la que estaba atada ya se había firmado; sin embargo, vivía con ella, porque ahora estaba de rodillas, rogando que la cambiaran, pero incluso las piedras se rompen si las hacen esperar.
Y en cada palabra pedía, por favor, ya no quería estar escribiendo libros, tirarlos al mar del vacío;
solo quería vivir como quienes saben andar en esta vida.
Sin embargo, era mi camino el que me llevaba a casa;
¿fue una maldición o una bendición?
Creía que cualquiera habría perdido las esperanzas, porque no rogaría mirando al cielo, mientras pedía,
ya que encontraba la luz en el camino.
Sin embargo, ahora me pregunto: ¿merecía esto?
Las cartas ya estaban en la mesa, las mías me tendieron una trampa, eran una fabula para idiotas.
¿Qué tengo que firmar para que la profecía acabe?
¿Con quién tengo que hablar para volver a ser yo, sin problemas, sin nada que interrumpa mi sueño?
La arena se mueve como mi herida abierta, y mis manos se convierten en cuchillos que cortan mi piel, como mi sensibilidad; pero un hilo de luz me salvó y por un momento fui feliz.
Descubrí que ese no era mi camino;
aún busco estar así, aunque sueno como una niña, sintiendo que se le acaba la tinta de su pluma azul, como la felicidad que ahora la encuentra de a ratos.
Una mujer de bien se mantiene tranquila cuando ve una injusticia, pero yo, como un león, le ruego a la luna, ya que tiro libros al mar sin esperar nada, un vacío infinito al que los que escriben copias llegan;
yo no, y por favor, déjenme ser yo una vez, porque mi interés es crear, escribir ocho horas todos los días, ya que a otras personas no les importa más que crear, sino tener más seguidores en Instagram, porque no crean, sino parafrasean, y después los venden como “su libro” Pero necesito escribir porque cuando era chica
que nunca se cerró.
Al no tener las oraciones para decir, salían hacia adentro.
Y ahora me pregunto:
¿si la profecía no se hubiera cumplido, me gustarían las matemáticas o algo más fácil de ejercer?
Tiemblo de miedo al pensar que marqué mi destino, como una firma imposible de borrar, porque nunca quise ser escritora, tampoco me imagino la vida sin serlo;
desde entonces escribo para explorar ese mundo que tenía desde que nací
Tiro libros al infinito mar para que alguien se enamore de ellos, pero mientras tanto espero, preguntándome: ¿cuánto falta para que el destino se revierta?
¿Cambiará mi suerte algún día?
¿Con quién tengo que hablar para que la profecía sea reescrita?
Porque parece ser que cuando nací estaba rodeada de hechiceras, tan inestable como una mesa de una sola pata que sostenían las brujas, y yo siempre atada a su alrededor, ellas sellaron lo que iba a ser.
Las hechiceras y las brujas hacen su magia, preparan una poción en una olla grande para que yo cambie;
dudo en tomarla, pero finalmente lo hago.
Entonces, me gustan las matemáticas, de pronto consigo trabajo y me olvido de la escritura, ya que ahora tengo una vida.
Antes esperaba ser reconocida, aguardaba esto.
Pero un día me levanté con tonos celestes y grises, sintiendo que perdí algo; estaba triste, y nadie en la oficina lo notaba.
Entonces, después de trabajar, voy a lo de las hechiceras y brujas para preguntarles qué me había pasado.
Ellas me respondieron:
“Perdiste todo lo que solías ser para tener una vida, y si preferís la escritura, te la devolvemos;
pero todo tiene un costo.’
La lapicera pesaba aún más que cuando tomé esa poción, solo tenía que firmar un contrato que en letra cursiva decía:
“Ninguna poción va a revertir tu condición de escritora.
Con esto, la profecía no se cambiará con ninguna bebida mágica.”
Entonces recordé de a poco que me mantenía con hambre, sedienta de más que la comida, porque lo había olvidado para tener una vida aburrida, normal, como la de todos;
al final, tuve que decidir, y sin pensarlo firmé, porque si lo rozaba un poco más no habría puesto mi nombre, ni mi apellido en ese papel.
Ahora estoy gastando mi tiempo, mi vida, mis últimas monedas en un papel para que después me digan que todo va a estar bien;
feliz, digo, por favor, no cambien la profecía.