(Por Leo Baldo) De repente, surgen tramas que no se trazan en los libros de actas, sino en el brillo de un piso recién lustrado y en el sonido de una llave girando cuando el resto del mundo todavía duerme. Abel Reynoso no es solo el mayordomo del municipio; es el guardián de una memoria que late en cada rincón de 25 de Mayo.
Entró un 17 de abril del 78, con la timidez del que recién empieza y la fuerza de quien sabe que el trabajo es el único camino. Pasaron 47 años. Pasaron gobiernos, crisis y festejos. Pasaron inviernos donde el frío se colaba por las rendijas y veranos de sol rajante. Y ahí estuvo siempre él, viendo pasar la historia con la misma humildad con la que sirve un café o traslada un expediente.
“Soy el primero que llego y el último que me voy”, expresa Abel, y en esa frase se resume una vida entera de servicio. No hay feriado que le gane a su compromiso, ni cansancio que pueda con su voluntad. Porque para Abel, el respeto no es algo que se le debe al cargo del otro, sino algo que él se tiene a sí mismo como trabajador. Para él, los intendentes y funcionarios y demás compañeros, terminan siendo compinches de ruta en ese viaje diario de sostener lo público.
Abel es el hombre del silencio sabio. El que entró cuando todo era distinto y hoy sigue ahí, firme, con la misma modestia del primer día. Es el ejemplo vivo de que la verdadera autoridad no la da un escritorio, sino la coherencia de estar siempre presente cuando el deber llama.
Casi medio siglo después, Abel Reynoso sigue siendo el primero en encender la luz. Y mientras camina los pasillos del municipio, cada baldosa parece reconocer sus pasos. Porque en 25 de Mayo, la democracia y la gestión tienen nombres propios, pero el alma de la casa… el alma de la casa tiene la llave en la mano y se llama Abel.
Gracias, Abel, por enseñarnos que la dignidad de un pueblo se construye así: con las manos limpias, el paso constante y el corazón puesto en el servicio.
Fotos: Germán Copis
