Ariel “Timy” Torres: el hombre que dispara para que nadie olvide

(Por Leo Baldo) Ariel “Timy” Torres dice que no trabaja. Y no lo dice desde la soberbia del que tiene la vida resuelta, sino desde la paz del que encontró su lugar en el mundo detrás de un visor. A los 46 años, este tipo nacido en Parque de los Patricios —no Parque Patricio, el plural importa porque ahí está la identidad— camina las calles de Veinticinco de Mayo con el cuero curtido. Hoy labura para la gestión de Ramiro Egüen  , pero su historia no se explica con un cargo público. Su historia se revela en el silencio de un negativo.

Timy es de la vieja escuela. De los que sienten que un iPhone es un juguete diseñado para redes y que la verdadera magia ocurre cuando el papel se encuentra con el químico bajo la luz roja. “Si me das a elegir hoy entre una cámara de rollo, una Nikon con un lente fijo y un rollo de 12 fotos, me quedo con eso toda la vida antes que con un iPhone”, sentencia. Es que la fotografía, para él, no es capturar la realidad, sino elegir qué parte de esa realidad nos va a doler o nos va a salvar.

Su carrera es un mapa de la política y el dolor argentino. Pasó por agencias internacionales como AFP y Reuters. Sabe que en este oficio la objetividad es un cuento chino: “El fotógrafo siempre miente. Te está dando una porción de realidad, no te está dando todo. Depende de dónde te pares. En un acto de Cristina, Infobae me pedía una foto donde se viera poca gente y yo buscaba la altura; el colega de Página 12 se pegaba a la multitud para que pareciera un mar de gente. Son dos miradas distintas en un mismo lugar”.

Pero donde Timy se hizo gigante fue en los márgenes. En el Hospital Borda, donde se metía a escondidas desafiando a la policía y a los médicos para ponerle cara al olvido. “El arte es no hacer caso”, suelta. Cuando el director del hospital lo retó por mostrar las caras de los internos, terminó dándole la razón: “me dijo: ‘en 35 años de médico no pude hacer nada por ellos, y vos con estas fotos pudiste ayudar’”. Ahí Timy entendió que, como dijo el Papa, a veces hay que hacer lío.

La pandemia lo terminó de forjar. Mientras el mundo se guardaba, él entraba a los pasillos donde solo había gritos y miedo. “Yo lo que más recuerdo de los hospitales son los gritos. Los pasillos de noche, la gente padeciendo el COVID y las corridas de los médicos. Una vez tuve que ayudar en un paro cardíaco: con una mano disparaba la cámara y con la otra le pasaba las cosas al enfermero para que hiciera el RCP. Por suerte el paciente vivió”. Sus fotos fueron tapa en 120 países y terminaron en el libro Barbijos, con prólogo de Víctor Hugo Morales.

Tapa de “Barbijos”. Foto, “Timy” Torres

Pero Timy tiene un corazón que late por lo ancestral. Durante dos años y medio viajó a Misiones, metiéndose en las aldeas guaraníes para un proyecto que llamó “Raíces”. “Para ellos el blanco es sinónimo de no-amistad. Pero logré que me esperaran con mi casita de barro terminada. Comí víbora con ellos, me operaron un gusano que se me metió en el talón por andar descalzo. Logré una amistad, y esa fue la única manera de poder fotografiarlos”. Ese compromiso con lo invisible lo trae ahora a Veinticinco, donde tiene entre ceja y ceja a la tribu de los Ranqueles en Valdés: “Es algo que voy a hacer en algún momento, es un laburo pendiente”.

Esa misma sensibilidad la vuelca en los veteranos de Malvinas. En cada municipio donde estuvo —Morón, San Vicente, Tres de Febrero—, su obsesión fue reivindicarlos. “A los veteranos hay que escucharlos, nada más. Y después hacer el mejor retrato que uno pueda”.

A pesar de haber caminado la 11-14 y los barrios más pesados bajo fuego, la foto que más lo marcó es una que no existe en papel. Es el abrazo de media hora con su hija cuando terminó el aislamiento. Durante meses, el ritual fue dejarle una bolsa de golosinas bañada en alcohol del lado de afuera de un vidrio y saludarla a media cuadra. “Ella tenía miedo de que me pasara algo. Cuando nos abrazamos, estuvimos media hora así. Esa foto no está en ningún lado, la tengo yo en el alma”.

Hoy, en el pueblo, sigue buscando su “mejor foto” mientras le enseña a los pibes que la fotografía no es un algoritmo. “Un fotógrafo es una persona que lee, camina, observa y escucha. No hace falta un lente de 200 mm; hace falta un lente corto para estar cerca de la persona y poder escucharla. Si estás lejos, no sabés qué le pasa al otro”. Y Timy, por suerte para nosotros, siempre elige estar cerca.

Su Instagram y todo su trabajo: https://www.instagram.com/arieltimytorres/

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