(Por Leo Baldo) La política argentina tiene esa capacidad de sorprendernos con coreografías que, de tan repetidas, ya parecen guionadas. Lo que pasó en el Senado con el Presupuesto 2026 no es solo una votación técnica; es la radiografía de un sistema que, cuando el Fondo Monetario y Washington aprietan el zapato, decide que la educación es un lujo que no podemos pagar.
Milei, que venía gobernando a puro decreto y prórroga, finalmente aceptó las reglas del juego. Pero lo hizo con el martillo en la mano. Lo más jugoso de la jornada no fue el “déficit cero” que Bullrich defendió como si fuera una verdad revelada, sino la fractura expuesta del peronismo. Por primera vez en la Cámara Alta, el bloque se rompió. Tres senadores —Andrada, Mendoza y Moisés— cruzaron el Rubicón y le dieron al Gobierno el oxígeno que no tenía. ¿Convicción federal o necesidad de caja para sus provincias? La respuesta suele estar en el medio, ahí donde la ideología se choca con la billetera.
El corazón de la polémica, el famoso Título II, pasó como un tren de carga sobre la educación y la ciencia. Es curioso: el Gobierno dice que no miente, pero para que los números cierren, tuvo que derogar ese piso histórico del 6% del PBI para las escuelas. Aquí aparece la otra pata de la mesa: el radicalismo. Varios senadores de la UCR, esos que suelen desgarrarse las vestiduras por la enseñanza pública, terminaron levantando la mano para desfinanciarla. Un pragmatismo que, visto de cerca, se parece mucho a la rendición.
Si miramos la planilla de Excel que mandó el Ejecutivo, el optimismo es casi místico. Proyectan una inflación del 10,1% anual y un dólar a 1.423 pesos para diciembre de 2026. Son números que, frente a una inflación que este año rondará el 31% a pesar del freno de mano, parecen redactados por alguien que no pisa el supermercado. El plan es claro: un superávit primario del 1,5% a costa de un consumo privado que va a crecer la mitad que este año. O sea, el cinturón no solo se queda donde está, sino que le van a hacer un agujero nuevo.
Mayans, con su estilo habitual, habló de “sumisión” y de un trámite “exprés”. Y algo de razón tiene. El debate fue una carrera de velocidad para cumplir con los plazos de afuera, autorizando un endeudamiento que no especifica ni tasas ni plazos. Es, básicamente, un cheque en blanco firmado en medio de una crisis de representación.
En definitiva, Milei se lleva su trofeo de guerra. Consiguió que la oposición le firme el certificado de defunción a las leyes de financiamiento educativo a cambio de una gobernabilidad que todavía está en veremos. La política hizo su negocio, los mercados aplauden, pero en las aulas el frío empieza a sentirse antes de tiempo. El equilibrio fiscal es la nueva religión, y el Senado acaba de oficiar su primera misa oficial con la complicidad de quienes, hasta ayer, decían ser la resistencia.
