El veneno digital: cuentas truchas, mentiras y un pubelo en riesgo

(Por Leo Baldo) Hay un veneno que se expande todos los días en 25 de Mayo, silencioso pero devastador: el de las cuentas truchas, los trolls y el anonimato cobarde que opera como si nada. No informan: contaminan. No discuten: ensucian. No buscan verdad: buscan generar caos. Son una porquería, y lo peor es que funcionan porque la gente las consume. Si algo no se consume, no prospera, y estas cuentas prosperan a un ritmo feroz.

Espacios como “Te Veo”, “25 al Día” o “Info 25” ya no son simples canales alternativos: son máquinas de calumnias e injurias que se alimentan de la angustia, del enojo y de la desinformación. Como plantea Mariana Moyano en Trolls: la industria del odio en internet, estos dispositivos no buscan conversación democrática sino “estimular emocionalmente para torcer el sentido común”. Y eso es exactamente lo que hacen: manipulan desde las sombras, sin nombre, sin rostro y sin asumir ni una sola consecuencia.

La palabra “odio” se usa tanto que parece perder fuerza, pero lo que producen estos espacios no es metafórico: lastima, divide y rompe vínculos. La política, lejos de enfrentarlo, juega un doble papel: lo critica en público, pero lo consume en privado. Lo repudia, pero lo usa. Y la pregunta es inevitable: ¿qué se hace desde la dirigencia para defender al periodismo que da la cara, que firma lo que escribe, que piensa dos veces antes de herir? ¿Qué hacemos los periodistas para ponerle un límite a esta cloaca digital que dispara cualquier frase?

La mentira no nació con internet, empezó con la palabra, pero antes había códigos, tonos, vergüenza pública. Hoy estamos en las postrimerías de esa cultura. La comunicación debería ser saludable, incluso pedagógica, pero el ecosistema actual premia lo contrario: ruido, violencia y anonimato.

Si no frenamos este veneno digital, lo que se destruye no es solo el periodismo. Es la conversación pública, la confianza y la idea misma de comunidad. Y un pueblo sin comunidad queda, inevitablemente, en riesgo.

Porque —como escribió Ryszard Kapuściński— “para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos”. Y ese es el punto exacto donde empiezan a fallar quienes nunca se animan a dar la cara.

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