¿Escribir es nadar hacia adentro como nadar es escribirse?

Este artículo fue publicado en el año 2020 en el portal Sonámbula. Editado por el amigo Pedro Perucca. Para leer en el sitio.

(Por Leo Baldo)

Hay un paso previo a la acción de escribir que es compartido con el paso previo a la acción de arrojarse al agua: la incertidumbre. Muchas veces quien se enfrenta a una hoja en blanco se larga a la acción de narrar literariamente y tal vez pueda desconocer la distancia que puede abarcar ese texto que pide a gritos ser escrito. De la misma manera, también puede plantearse, pensando en la figura árbol-raíz deleuziana, que la obra conoce límites, no hay fugas, demás árboles naciendo desde la mitad o canales de escape para quienes componen la trama. Lo mismo pasa para con el árbol-raíz en la acción de la brazada sobre la superficie acuática: “Solo hice 3000 metros. Con eso está bien. Es el entrenamiento de hoy, otros días hacemos más.”, indicaba a sus compañeros de nado, antes de la pandemia, Marcelo Delapena, profesor de educación física, guardavidas y enfermero emergentólogo, luego de recorrer un tramo de la Laguna de Todos Los Santos emplazada en la localidad de 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires.

¿Pero qué sucede cuando nos lanzamos a flotar en un texto que es quien nos lleva y no nosotros a él? ¿Qué sucede cuando ignoramos todo lo que se supone capacidad humana y desafiamos a la naturaleza de la historia que luego será contada? Seguramente, nadie ni nada ni nunca se lo preguntaron. Tal vez como no haya entidad que nomine a esta interrogación, no hay respuesta. Tal vez en la acción de escribir y, de la misma manera, en la acción de brazar, tampoco la hay.

Este texto no se propone buscar la certeza o demostrar una necesaria interacción en donde ambas disciplinas necesitan retroalimentarse para existir, sino el camino que comparten la literatura y a la natación como método de resistencia, de épica y de búsqueda desde que el hombre es hombre o desde que el hombre es nada. Porque, vale aclarar, se nada intrauterinamente antes de ser arrojado a contar cómo es que nadábamos en otros lugares que solamente pueden ser conocidos, o no, en la literatura. Natación como trama. Nadar en la hoja, respirar en la brazada y en la posición que se toma mientras se tipea. Detenerse, seguir, mirar, concluir. Un interior le dice a ese afuera: “No hay certezas, solo es el momento”. 

Y el texto cambió de ritmo río. Hay otro caudal y la segunda persona de este interlocutor te invita a que te sumes a la corriente. Para aguas abiertas, donde el límite es más difuso y todavía desconocés sus abrazos, agarrá un elemento de seguridad, torpedo o boya náutica.

¿Escribir para nadar hacia adentro de uno mismo? Vamos.

Lxs célebres de la historia que nos contaron

“El nadador se hace escritura sobre la página del agua y el poeta nada en el agua de la página”, dice el poeta mexicano Julio Trujillo.

Devenir en cada brazada: El filósofo Heráclito de Hefeso, en ese río que cambia, no vio solo algo mojado, sino acontecer. Por su parte, Baudelaire nos relata que Edgar Allan Poe era capaz de llevar a cabo hazañas de gran fortaleza física (rompe con el estereotipo que tenemos sobre él como alguien débil y deprimido). Sus biógrafos afirman que un verano nadó diez kilómetros contra la corriente, desde Ludlams Wharf a Warwick, y que el regreso a Richmond lo hizo enérgicamente a pie.

Las y los poetas de la Generación del 27 amaban la natación. Se refleja en los escritos de las nadadoras: Salinas, Alberti y Guillén, quienes escribieron composiciones sobre mujeres braceando en el agua. De la misma generación, Concha Méndez es la autora de esto:

Del mar salí llena de algas,
con el bañador ceñido.
Y tras andar por la isla
bajo un árbol me he dormido.

 “La fatiga es el destino del nadador”, nos dice Gaston Bachelard en El agua y los sueños, y agrega: “El salto en el mar reaviva, más que cualquier otro acontecimiento físico, los ecos de una iniciación peligrosa (…).Es la única imagen exacta del salto en lo desconocido”. Quien nadó en el mar, lejos de la orilla, como lo hicimos alguna vez junto a Mauro Aguilar, guardavidas de rescate extremo, seguramente sintió la electricidad del peligro, pero la base radica en la respiración bien controlada, con pulmones, alvéolos y bronquios trabajando sincronizadamente para mantener un nado óptimo, rítmico, bien acoplado al elemento en el cual se está. Tal vez suceda lo mismo, no hay certezas, con la escritura, que también se basa en sintonizar bien el aparato que aspira y exhala. Una narración que no respira bien, se ahoga como un nadador, pero siempre podés flotar y dejar que el resto venga y te impulse. No te ahogues.

 “En cuanto al mar, su sal debe haber estado en mi sangre desde antes de mi nacimiento. No puedo recordar un goce anterior al de ser tenido en lo alto de los brazos de mi padre y enarbolado entre sus manos, luego arrojado como la piedra de una honda a través de los aires, gritando y riendo de felicidad, la cabeza por delante en las olas que avanzaban…”, escribió Algernon Charles Swinburne, poeta inglés.

Para Guy de Maupassant, nadar era un permanente desafío, y se refería al mar con estas palabras: “Una vez más, voy a nadar en contra de ti, voy a luchar, orgulloso de mis nuevas fuerzas, con plena consciencia de mis fuerzas sobreabundantes contra tus olas innumerables”. La natación entendida como una resistencia, como la escritura. “Cada ola hace sufrir, cada ola azota como una correa”, escribió. Esta figura de Victor Hugo le hubiera fascinado: “El agua está llena de garras”.

Cuando se nada en el mar en el estado “picado”, nada es lineal. La incertidumbre te mantiene a flote. “Esta mañana nadé de Sestos a Abydos. La distancia más corta no es más de una milla, pero la corriente la hace difícil; tanto es así que dudo si las aficiones conyugales de Leandro habrán quedado un tanto disminuidas en su paso al Paraíso. Lo intenté hace una semana y fracasé por causa del viento del norte y la rapidez de la marea, aunque desde pequeño he sido un buen nadador. Pero esta mañana, estando en calma, lo logré y crucé el ancho Helesponto en una hora y diez minutos”. El poeta Lord Byron le comentaba vía carta a su amigo Henry Drury sobre su hazaña de haber cruzado nado el actual estrecho de Dardanelos, hazaña con la que a la vez verificó que parte de una leyenda griega era realizable. Byron era rengo por malformación en uno de sus pies.

“Ahora nado, y es tan maravilloso que nada me importa, nada. Nado para que nada me afecte. Nado para estar solo y en silencio dentro del agua, como antes de nacer”, bella definición del poeta y escritor colombiano, Héctor Abad Faciolince, de su texto. “Correr, nadar, andar, montar: escribir”.

No quiero llenarte de más historias. Pero antes de pasar de punto, vale la pena recordar a otros célebres de la historia literaagua que nadaban y escribían: Fogwill, Vilas, Hemingway, Joyce, Kafka.

De la Galaxia de Gutemberg al living de Zuckerberg

Las redes forjaron más consumos culturales. Dimos, ante tanto caudal de contenido, con más escritores y nadadores. Lo que vas a leer ahora son diferentes declaraciones de personas que se sumergen en el mundo de la literatura, en el mundo de la natación y en ambos mundos. Si querés, nadá en las redes y encontralos.

“Vine a vivir a Villa Gessel con 12 años”, dice Aníbal Zaldivar, poeta, escritor y periodista gesellino. Nació y vivió en zona sur del conurbano bonaerense (Banfield, Lomas de Zamora y Adrogué), pero de preadolescente ya estaba en la costa. “Mis padres pusieron un colegio acá. Mi madre era docente. Para ese entonces ya estaba mi amigo Fernando (por Fernando Spiner, reconocido director y guionista de cine nacional, con quien hizo la bella película sobre amistad, poesía y nado La Boya. Aníbal guionó ese film y actuó junto a su amigo. Por favor, mirá esa película. Si llegaste hasta acá, es obligatorio) con su familia y la farmacia y nunca me alejé de Gesell. Me fui a estudiar unos años a Buenos Aires y después volví, cuando me casé, en el 79, y desde entonces ya me quedé al lado del mar”, añade mientras cocina arroz y sostiene su teléfono para enviarme el audio. No lo veo, solo lo escucho. “La escritura es anterior a todo. De chico tuve una familia que leía mucha poesía, por mi viejo y mi madre. Pero sobre todo mi viejo era el que nos leía poesía. Nunca pudo desarrollar la escritura porque tuvo una enfermedad muy temprana, pero recuerdo poemas de Rubén Darío leídos por él, así como a mi hermana mayor recitando ‘La Higuera’, de Juana de Ibarbourou. Yo creo que ahí empezó todo. Luego vinieron poemas de Neruda, de Guillén, de los exiliados españoles. Todo eso se mamó en casa”, relata con calidez. Vamos brazando diferente. En calma. Otro ritmo. “Empecé a escribir cuando escuché a mi hermana leer ‘La Higuera’, tenía 8 ó 9 años. Hubo algo ahí que tenía que ver con una emoción rara. Era un árbol que se convertía distinto por responsabilidad de las palabras. Esa creo que fue una de las marcas fuertes. La impresión que yo tengo es que leer o escribir es reproducir la emoción que tiene que ver con ese momento y buscar que esa emoción vuelva a aparecer. A los 15 años comencé a escribir poemas de diferentes ritmos. Siempre escribí y leí poesía. A mis 20 comencé a publicar”.

Pero Aníbal también nada: “Comencé a nadar de muy chico en un club de Adrogué junto a mis hermanos, pero cuando llegué a Gesell y vi el mar… En mi vida estuvo el mar presente. Los veranos acá… (se emociona) caminar cerca o nadar en el mar… Es tan natural nadar en el mar, cruzar la rompiente, jugar… todo. La natación nace como un juego de secundaria, no tan central, pasa que después Fernando me llevó a la continuidad y jamás dejé de nadar en el mar. Solo nado en el mar, no soy nadador de pileta. Me gusta solo el mar por la diversión que implica estar siempre en un lugar cambiante, que no conoce de límites. En la pileta no me pasa eso. En el mar tenés una experiencia íntima, es el cuerpo tuyo y el alma en una misma sintonía. Son varios espacios fusionándose en único ser y, a la vez, con el ritmo del nadar se va generando el poema. Un ritmo, una música, una especie de mantra que fluye. Y eso se siente. Es un estado de comunión y de silencio hasta perder la conciencia. Pasa lo mismo con el poema, porque te tiene que hacer perder la conciencia y el control intelectual y te mete en la fluidez y la música y te vas como perdiendo. Y cuando nadás, estás ahí. Esa es la relación más fuerte. Escribo mucho sobre mar y desarrollo charlas desde hace 10 años sobre la presencia del mar en la poesía. Estoy muy empapado. Respecto de la película, esta surge porque con Fernando nadábamos hasta La Boya y nos quedábamos charlando. Dos amigos charlando en el medio del mar. Ahí le contaba el guion y ahí aparecían los textos poéticos, en el mar. Hay un pasaje en la Odisea en la que Odiseo naufraga porque Poseidón está enojado, le manda tormentas y todo. El tipo no da más y aparece una gaviota y le dice que tiene que dejar la balsa, tirarse, confiar y nadar (esa gaviota es Leucótea en el relato de Homero). Con esto voy a que estamos nadando en el mar y aparecen gaviotas y nos acompañan mientras nadamos”. Me deja pensando. Gracias, Aníbal, por tu humildad.

“No se es escritor más que en el acto mismo de escribir, es cierto. Pero también, creo, hay algo más. En todas las reflexiones siempre se puede ir más lejos. Pensar, por ejemplo, que el ser escritor, que acercarse a la palabra en el mero acto de escribir es, ante todo, una forma de hablar con uno. Ponerle una distancia a las palabras que nos convulsionan, y dejarlas en una hoja donde, sobre todo, tendrán una impunidad solapada. La impunidad de lo dicho por un personaje, o por una ‘otredad’ que ya no es la cabeza propia, sino otra cosa, ajena, plástica, maleable. Ajena, sobre todo ajena”. Quien dice es María Negro, escritora nacida en la localidad bonaerense de San Martínque hoy se desempeña como editora y columnista en la revista ‘Estrella del Oriente’ y colabora en diversas publicaciones de Latinoamérica y Europa. En 2013 publicó su primer libro, Y sin embargo se mueve, y en 2014 el siguiente, Manifiesto de las conchudas. En éste, pone de relieve la importancia del lenguaje en el ejercicio de la violencia de género y nos insta al cambio. “Me considero escritora porque ejerzo el salvaje ejercicio de buscar la palabra que me acecha, sí, pero también porque esa acechanza me obliga a escribir y no a hacer, por ejemplo, música o pintura. La palabra que me persigue quiere ser escrita, o he encontrado en ese camino el alivio de transformarla, de no permitirle que me beba y me coma. Me salvo, en el acto mismo de escribir. Me sano, en el acto mismo de escribir. Me castigo, en el acto mismo de escribir. Me encuentro, en el acto mismo de escribir. Aprendo, en el acto mismo de escribir. Siento, no como verbo fugaz, sino como acción perpetua de abrigo para mi alma apurada. La palabra como techo y como lluvia. La palabra como puerta. La palabra como la frágil llama de una vela prestada que, a veces, me deja ser parte de ella”. María no nada, escribe. Bueno, ella dice que no nada.

“Nadar es parte de mí. Desde los tres años estoy en el agua. Nadar es conocerme, saber sobre mis límites y aprender. Es enfocarme, tranquilizarme, enfocarme. Nadar, para mí, como se dice, es todo lo que está bien. Es descubrir otro mundo y fantasear, sentir que soy parte de él. Es sumergirme al silencio del agua y querer que dure un rato más, siempre. Nado gracias a mi mamá. Ella siempre le tuvo temor al agua y no quiso que me pase lo mismo a mí. Nadar es sentirme viva, renacer en cada brazada y empezar una nueva aventura con el cuerpo”, relata Rosina Borgogna, nadadora de pileta y aguas abiertas. Ella dice que no escribe, pero sí; nada, pero dice que no escribe. No sé.

“Me gusta, me surge y me pierdo, busco, encuentro, desarmo y armo.  Me salva, me da humanismo. Es un registro. Un ejercicio como la música, nadar, la danza, el sexo, la suerte. Amo los poemas e intento hacerlos. Dicen que el poeta es como el pescador. Se nace. No sé la verdad. Hace unos años, en un momento, me pregunté y respondí lo siguiente: ¿Por qué no recordamos días, recordamos momentos? Les poetes son aquelles que te hablan en otro idioma usando tú mismo idioma”, la cita corresponde a Julio Di Salvo, poeta nacido en 25 de Mayo y residente en La Plata. Publicó algunos de sus poemas en la antología El Decir Textual 2012 y tiene su blog (Muscomestica y el desertor). Julio escribe mucho en las redes y nada si alguien lo invita, aunque prefiere otras disciplinas.

“Escribo porque no puedo no hacerlo. A veces sí pero entonces siento que fue ese silencio necesario para volver a hacerlo. Escribir para mí es un acto que hago con todo el cuerpo. Empecé como un juego, con timidez, emulando un diario en un cuaderno, copiando frases de canciones, entres tareas de la escuela y ardores, copiando poemas, o escribiendo cartas de amores que, fantaseaba, serían letras de canciones para después. Después claro, la adolescencia, los poetas malditos, el descubrimiento de los dolores que de alguna manera se volvió un ejercicio catártico para encontrar más aire. Fue un descubrimiento que se podía escribir o no con todo el cuerpo y eso me hizo a su vez abrir algo que había sentido que ya no podía cerrarlo, una draga que me gustaba y que hasta me gobernaba, pero yo me dejaba porque tenía miedo de que eso en algún momento dejase de pasar. Por ese miedo es que escribía (mucho más que ahora) y todo el tiempo, porque sentía que ese sistema podía quedarse quieto. Estaba en movimiento, escribía en cualquier lado y sobre cualquier formato, pero casi siempre, igual que ahora, en lo posible a mano. En seguida empecé a adoptar la necesidad de que fuese en cuadernos, con tamaños diversos que voy variando, pero eso es otro contar (como también que en este último tiempo estoy amigado con escribir en la PC). Para mí escribir es mi canto. Y cuando hablo de canto no hablo solo de palabras escritas, sino de los espacios de silencio que narran lo no narrado. Yo vengo del mundo de la radio, el más poético de los aparatos, pero cuando escribo a mano siento en el el cuerpo algo que muy pocas veces me pasa en la radio. Es como si fuese parte de una melodía desencadenándome, como un flujo pluriforme de mareas y caudales. Hay algo en la escritura y el nado, o en realidad con la escritura y el agua… Bueno, hay líquidos, corrientes, somos torrentes sanguíneos y por supuesto agua. Ni hablar de que somos lenguados del lenguaje y por tanto hablamos y somos hablados. Decía que hay algo de la escritura y el agua, algo que me arrulla, que me arrolla, que me agrieta por demás a veces, que otras me moja, me seca o me ahoga. Yo pude ir a aprender a nadar a los 10 años. Hasta esta edad tuve una serie de otitis a repetición por lo que la sumersión en el agua era algo con lo que debía tener extremo cuidado…. Sin embargo, después entré al agua, pero nunca aprendí a nadar ni a flotar, no a conciencia, y no por miedo sino porque mi placer con el agua ya había sido sellado desde la contemplación. Yo descubrí a esa edad que para sentirme en el mar no era necesario meterse al agua. Pasé muchos veranos yendo a Miramar y mi lugar favorito era y son las escolleras. Esas piedras invasivas me permitían estar adentro del mar sin terminar de estarlo y así y todo ser un todo con el agua. Eso es para mí escribir. Sentir ese pulso orgánico con él y por el cual me siento orgánico, porque para mí escribir es mi conexión con el mar, que es mi canto”. Quien relata es el periodista, locutor y poeta Ezequiel Wolf. Ezequiel escribe todo el tiempo. En 2019 publicó su primer poemario Mientras Tanto. Aunque nació en Capital Federal, hoy reside en Hungría, donde estudia filología.

“Decido nadar porque tengo más preguntas que respuestas. Me quedo sin peso del cuerpo, se conecta mi corazón que bombea con el cerebro que comanda el movimiento, es un encuentro y una respuesta”, responde Paula Ibarra, quien dice que no escribe, pero que es nadadora principiante en piscina y que se animó a las gélidas aguas del atlántico invernal. La figura de la ingravidez también aparece en la película La Boya.

Vamos cerrando con un fragmento del poema “Día del Niño”:

(…) Infancia no debería significar regresión
Porque la infancia es el mar
Y el mar es un concepto Constante.
Me gustan esos pósters
Que cuelgan en el vacío de la esfera,
Me gustan esos pósters
Que cuelgan sobre el cielo, éter, caos,
O como mierda sea que se llame
Lo que sostiene esos pósters
Que tanto me gustan,
Fotografías vivas
De las nubes de la tormenta.

Niño del padre,
Sin temor ni cansancio
Nadando voy este mar
En la noche hasta de nuevo nacer
Junto a vos,
Viejo,
Porque amamos
La tormenta
Y arremolinada
Las aguas.

El poema corresponde al mil veces poeta y mil veces nadador, Kevin Canala. En las redes lo encontrás como Nivek Thomas. Tiene publicado más de 200 escritos y los comparte en sus perfiles o en su blog (elguardiandelsubsuelo.blogspot). Nació en San Clemente del Tuyú, hijo de guardavidas y nadador empedernido. Kevin nada -incluso vestido con jean y camisa- con los amaneceres fríos y alucinados del mes de septiembre de su mar, su Atlántico. Lo conoce y no ve límites en él. Trasciende, como trasciende en sus poemas. “Claramente el hecho de haber perdido a mi viejo que fue el que me enseñó y legó la pasión por el mar, y por nadar cobró un nuevo significado para mí. Cada vez que puedo nadar en el mar, que últimamente no son muchas, estoy en relación con mi viejo, y cuando escribo también, porque está relacionado con su imagen. Porque es lo que él me dijo: ‘si te movés, flotás, si te quedás quieto, te vas para el fondo, y si no escribo me voy para el fondo, man”, me dice desde un audio vía WhatsApp. Hoy reside en Munro.

Tres cosas más

1: “Nadar en un árbol” versa parte de un poema del amigo periodista, documentalista y escritor alvearense radicado en La Plata y autor del documental El Pájaro sos vos (2019), Matías Kraber. Tal vez la figura literaria que aporta Matías sea el rizoma que comparten la escritura y la natación, porque nada contra la corriente de los orígenes o las posibilidades aceptadas socialmente en nuestras culturas occidentales: todo puede ser verosímil si se cuenta bien.

2: Tal vez todas las personas pueden nadar, tal vez todas las personas pueden escribir. Mientras tanto, flotamos en esa incertidumbre.

3: Nos vamos con un poema de Héctor Viel Temperley, que sintetiza todo lo anterior:

El nadador

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Soy el hombre que quiere ser aguada
para beber tus lluvias
con la piel de su pecho.
Soy el nadador, Señor, bota sin pierna bajo el cielo
para tus lluvias mansas,
para tus fuertes lluvias,
para todas tus aguas.
Las aguas como lonjas de una piel infinita,
las aguas libres y la de los lagos,
que no son más que cielos arrastrados
por tus caídos ángeles.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada.
Tuyo es mi cuerpo, que hasta en las más bajas
aguas de los arrollos
se sostiene vibrante,
como en medio del aire.
Mi cuerpo que se hunde
en transparentes ríos
y va soltando en ellos
su aliento, lentamente,
dándoselo a aspirar
a la corriente.

Soy el nadador, Señor, soy el hombre que nada
hasta las lluvias
de su infancia,
que a las tardes crecían
entre sus piernas salpicadas
como alto y limpio pajonal que aislaba
las casonas
y desde sus paredes
celestes se ensanchaba.

Soy el nadador, Señor, el hombre que nada
por la memoria de las aguas
hasta donde su pecho
recuerda las pisadas,
como marcas de luz, de tus sandalias.

Y recuerda los días cuando el cielo
rodaba hasta los ríos como un viento
y hacía el agua tan azul que el hombre
entraba en ella y respiraba.
Soy el hombre que nada hasta los cielos
con sus largas miradas.

Soy el nadador, Señor, sólo el hombre que nada.
Gracias doy a tus aguas porque en ellas
mis brazos todavía
hacen ruido de alas.

Compartir

Dejar un Comentario