(Por Leo Baldo) En tiempos donde la política argentina parece haberse acostumbrado a la confrontación permanente —y donde cada gesto es interpretado como un movimiento de alineamiento o ruptura— el intendente de 25 de Mayo, Ramiro Egüen, eligió otro camino: el de la cooperación pragmática. No hizo un giro ideológico ni cambió de vereda. Hizo algo mucho más simple y, a la vez, profundamente disruptivo para la lógica provincial: decidió gobernar.
Su encuentro con Axel Kicillof y con siete áreas del Gobierno bonaerense no fue una adhesión, sino una apuesta por una forma de gestión que la política local parecía haber olvidado. Egüen lo resumió en una frase que, leída en contexto, funciona casi como un manifiesto: “sentarse a dialogar no significa alinearse políticamente; significa madurez democrática y respeto por las instituciones”. Difícil decir algo más razonable en un escenario tan cargado de épica facciosa.
El anuncio del traspaso del CAPS Ramón Carrillo es el ejemplo más claro de ese pragmatismo. Años de tensiones judiciales y posiciones enfrentadas se desactivaron en una mesa donde importó más la salud pública que los sellos partidarios. No es solo un cambio administrativo: es un mensaje político. La gestión, cuando se la toma en serio, tiene la capacidad de romper los nudos que la política arma para sí misma.
Lo mismo ocurrió en la agenda energética, de transporte, de hábitat y desarrollo comunitario. Nada de grandes declaraciones ni golpes de efecto. Avances concretos: una línea eléctrica futura, obras en barrios, trámites dominiales, un posible corredor de transporte regional. El tipo de cosas que rara vez hacen ruido en la conversación pública pero que cambian silenciosamente la vida de las comunidades.
La lectura más interesante es otra: Egüen parece estar construyendo una identidad pública que no niega sus diferencias con la Provincia, pero tampoco las convierte en un límite para gobernar. No es un puente tendido hacia Kicillof, sino hacia los vecinos. En un país donde la política suele pensarse como un juego de suma cero, ese movimiento puede incomodar a muchos. Pero también puede abrir una puerta a algo más infrecuente: una institucionalidad que funcione.
Si esa agenda se sostiene, 25 de Mayo no solo habrá logrado avanzar en temas largamente postergados. Habrá dado un paso hacia una forma de política que, contra todo, todavía es posible. Y que, cada tanto, recuerda que el Estado puede ser algo más que un campo de batalla: puede ser una herramienta para mejorar la vida de la gente.
