La felicidad en los tiempos que corren

(Por Pablo Carrizo)

Habían pasado algunas horas de la medianoche del lunes 1° de abril y la madrugada del martes feriado se hacía notar en la mudez sepulcral de la noche.

Pedro dormía en la habitación. En silencio y despatarrado, como es su costumbre.

Ya habíamos cenado unos ravioles caseros de la vieja, traídos desde 25 de Mayo, que descongelamos y embadurnamos con una crema de hongos, jamón y verdeo; y en mi caso acompañé con un rico vino tinto. Mientras tanto miramos Cómo entrenar a tu Dragón 2 – El Regreso de Alfa y de postre nos bajamos unos trozos de Shot, cuyos restos aún yacían sobre la mesa.

En la sobremesa me pasé del vino al whisky y ya sin Pedro disfruté un par de capítulos de Yellowstone, la serie que produce y protagoniza Kevin Costner que bien podría representar una remake de las clásicas y ochentosas Dallas, Dinastía o Falcon Crest. O Bonanza, antes en el tiempo.        

El segundo whisky sirvió de excusa para terminar los chocolates. En realidad, no sé si el chocolate es la mejor excusa para tomar otro whisky o es el whisky lo que me hace comer otros chocolates.

Preguntas que se hace uno, ya medio en pedo, en el desvelo y la reflexión de la madrugada.

Apagué la tele y encendí la luz de lectura. Abrí la ventana y dejé entrar una leve brisa más veraniega que otoñal y se me dio por filosofar en medio de la soledad, sobre la felicidad y el disfrute.        

Y entendí que existe la creencia popular de que la felicidad se encuentra en las cosas complejas.

Es como que para ser feliz hay que estar en una isla del Caribe, en un hotel o restaurante de lujo o bien en algún viaje por el mundo. Un auto caro, una casa fastuosa o vestir ropa de marca.

Sin embargo, contra lo que muchos suponen, la felicidad se encuentra en las pequeñas cosas.

En una charla o un encuentro compartido con alguien en particular. En las páginas de un libro. En los aromas y colores de un plato de comida o en el sabor de un rico vino, bebido con templanza.

Sobre esto último siempre traigo a cuento una frase del enorme Miguel Brascó, referido a esto de compartir un vino y todo lo que ello significa. Como ritual, como misa, como celebración. Y dentro de su sarcasmo natural, el hombre decía: “El vino cambia de gusto depende con quién se lo tome” y eso tiene que ver con el vino y con el gusto pues está claro que al compartir un vino con alguien apreciado hace que ese vino se potencie y lo mismo sucede con esos momentos puntuales. 

La felicidad es algo que se busca con intensidad, como algo difícil y complejo de conseguir. Pero en realidad se encuentra en la sencillez y/o en lo cotidiano. Incluso, está al alcance de la mano, muy en contra de lo que piensa erráticamente la mayoría. Busquen la felicidad en las cosas mínimas.

¿Se puede ser feliz todos los días? Si, claro. De a ratos. Es ahí justamente donde radica el verdadero propósito de la vida: En la búsqueda de la felicidad en lo simple. De a puchos, como algo natural.  

Y nosotros debemos ser los forjadores de nuestra felicidad y de la de las personas que queremos, esas con las cuales compartimos tiempo y espacio de nuestras vidas. Las que frecuentamos.

Recuerdo una sesión de terapia, conversando con Romina -mi terapeuta-, en la que me definió como “un arquitecto de buenos momentos” y en esa confesión me detuve a pensar a qué se refería y es el día de hoy que trato de ser ese arquitecto de buenos momentos al que ayuda desde el psicoanálisis.  

Ya sea con Pedro o con la familia. Con los amigos o con la gente que acostumbro. Eso es indistinto.

La premisa es siempre la misma y esa es la mejor enseñanza o mejor consejo que les puedo dejar.

Es más. Cada uno de ustedes puede ser -tranquilamente- el constructor de sus buenos momentos y motivar que esos momentos gratifiquen o alegren a quienes hemos elegido para compartirlos.

Suelo seguir en Instagram a un camarero español llamado Manuel Corrales, que en TikTok se lo conoce como Bandera Luna, y siempre repite una frase que tomé prestada ya que me siento identificado con ella: “En el servir a los demás está la grandeza del hombre”.

La vocación gastronómica del hombre -con la que comulgo de chico- lo pinta de cuerpo entero pero en esas palabras se esconde una lección o una filosofía de vida: Brindar felicidad para ser felices.

Cuando me puse a escribir o reflexionar sobre la felicidad en los tiempos que corren me quedé pensando en un par de amigos que tuvieron un intercambio de ideas políticas en uno de los tantos grupos de Whatsapp a los pertenezco y uno de ellos terminó abandonando el grupo. Se fue.

Más allá de que se trata de una situación reiterada, se observa y se percibe un descontento general en la gente y parecería estar prohibido ser felices o sentirnos alegres. Es como que al estar todos mal no se puede estar bien pues la felicidad molesta y posta que es así.

No son momentos en los que la felicidad sea moneda corriente. Son tiempos de angustia, de incertidumbre, de malestar y eso se nota en la atmósfera. En la calle, en el trabajo. En el contexto.

Y es por eso que intento convencerlos de que podemos revertir determinados momentos para que el día tenga un final feliz o bien contemos con una pausa en medio del malestar generalizado.

Lo bueno es que depende de nosotros y lo que es mejor aún es que no debemos insistir sobre algo enredado para concretar un buen momento. Para nada. Un instante grato, que tengamos ganas de repetirlo, es más común de lo que todos suponen, pero lo mínimo que se necesita son ganas.

Se puede transformar un momento cualquiera en un buen momento y eso depende exclusivamente de nosotros y de los detalles que sirvan para transformar el momento. No es algo inalcanzable o utópico, no es por ahí. Es más terrenal y tiene que ver con lo simple, lo común. Lo cotidiano.

Podemos ser felices alcanzando pequeñas cosas que se puedan lograr. Cosas que nos satisfagan.

Es algo así como darnos un gusto y ese gusto no tiene que ser necesariamente un gusto caro.

Si se puede concretar algún gusto caro, mucho mejor, pero es más probable que seamos felices con algo que podemos alcanzar y dejar para otro momento aquello otro. Lo exclusivo.

Es (obviamente) una cuestión de actitud. Es volcar a la práctica esas virtudes o esos detalles que nos convierten en buenos anfitriones. Y no siempre hace falta agasajar a un tercero.

A veces necesitamos cortejarnos a nosotros mismos, pero está claro que si la felicidad se comparte vale doble o el triple. En realidad vale multiplicada por las personas con las que se comparte.

No le teman a la soledad pues la felicidad también está en encontrarse con uno mismo. Prueben hacer algo que normalmente hacen acompañados, en soledad. Yo amo comer con gente a la que quiero y/o aprecio pero disfruto comer solo. Y les diría -sin temor a equivocarme- que la comida se saborea más y mejor en soledad. Es otra forma particular de ser feliz. Y voy más allá: La felicidad está en evitar a las personas tóxicas, en todo sentido. Esas que necesitan opacar a las demás para poder brillar pues no pueden hacerlo de manera natural y caen en la ofensa.

Hombres y mujeres que prometen lo que no pueden brindar. Aquellos que venden un discurso y lo pregonan pero hacen exactamente todo lo contrario.

Acérquense a esas personas que están de mil modos. Ya sea con un mensaje de texto necesario, un sticker oportuno o un video ridículo pero gracioso. Con una llamada inesperada o un gesto mínimo signado por la sinceridad. Un consejo básico pero resolutivo. Una cagada a pedos positiva. De esas que nos dejan regulando, pensativos.

Es que existen infinidad de modos de estar alegres y/o felices sin caer en la filosofía barata y esos memes o esas frases pedorras y ridículas que repetimos como si fuesen la cura de todos los males.

Y no midan las relaciones humanas según la cantidad de tiempo compartido o la frecuencia. Créanme que es mucho más importante la intensidad y la sinceridad de un buen momento que la reiteración de encuentros que nos terminan cansando o aburriendo. Y por más que se quiera mucho a alguien no se puede ser feliz con ese alguien veinticuatro-siete o siete-por-veinticuatro.      

Háganme caso. Descorchen un buen vino y motiven una charla amena.

¿No toman alcohol? Entonces compartan otra bebida o simplemente un café. El tema es compartir la charla. O compartir y punto. Y estén dispuestos a escuchar.

Hoy la gente ya casi no se escucha y todos tenemos algo que contar. Algo que nos aqueja, que nos angustia o algo lindo que queremos compartir con esas personas especiales.

Y tengan siempre a mano una buena respuesta para dar. Una devolución genuina, que nazca del alma o del corazón. Pero que no sea una respuesta automática u obligada por el compromiso. El silencio también suma. Es más, abracen, besen, sonrían o rían fuerte. Saluden, sonrían de nuevo, agradezcan. Es gratis. No cuesta nada y significa mucho. Regalen y sean felices. No siempre se trata de recibir pues el que se queda esperando, pierde. A la larga se angustia por ese deseo que no llega.

Es verdad que hoy casi nadie la está pasando bien. Entonces esfuércense por ser amables.

¿No quieren tomar nada? Bueno, cocinen. Hagan algo para ustedes mismos o háganlo para alguien y charlen mientras cocinan. Es un rito tan común como maravilloso. No demanda mayor esfuerzo.

Agasajen o agasájense. Disfruten y hagan disfrutar. Sean felices y hagan felices a quienes eligieron estar con ustedes. Ahí y ahora. En ese bendito momento. Y motiven que ellos los vuelvan a elegir. Sean esas personas que los demás se alegran al verlos llegar.

Sean ustedes los destinatarios de los aplausos para el asador, así cocinen unos panchos con mayonesa, mostaza y kétchup. Así no zafen de los fideos blancos con manteca y queso.     

Elíjanse en la soledad y si no saben cocinar compren algo para picar y punto. O vayan a comer algo al bar de la esquina. La felicidad no radica en Puerto Madero o Palermo. Está en todos lados.

¿No tienen apetito? Tomen un libro y sumérjanse en el mundo maravilloso de la lectura y sean ese personaje de fantasía que los teletransporta a otros tiempos, a otros lugares u otros mundos.              

¿Les aburre leer? ¿No se pueden concentrar? Escuchen música y canten como Pavarotti el tema que vienen tarareando hace días. Por más que se quejen los vecinos. Bailen como el culo, pero bailen.

¿No les va la música? Miren una peli o una serie en la interminable oferta que tienen para brindar las plataformas de los tiempos modernos. Abran un chocolate o un alfajor.

Encuentren eso que los haga disfrutar, como yo disfruto de mi pasión, que son los caballos. Busquen esa pasión o ese amor por eso que les gusta.

Digan lo que sienten. Sientan y déjense llevar por lo que sienten. Perdonen. Esto es fundamental.

No acumulen rencor ni odio que eso es el principio de todos los problemas de salud. La ira enferma, la bronca contenida mata y lo dijo Frida Khalo: “Lo que no decimos no se muere. Nos mata”.

La felicidad o la alegría es algo efímero. Es momentáneo. Es pasajero. No hay forma de que sea constante o perpetuo. Es algo que se disfruta mientras se puede, en un abrir y cerrar de ojos, y cuando deja de serlo se convierte en un recuerdo. Entonces, hagan que ese recuerdo valga la pena. Que sea uno lindo.

Los exhorto a hacer todo lo posible para llenar la memoria de recuerdos que valgan la pena.

Toda perdida –de alguien o algo- implica cierta tristeza pero si los recuerdos conservados con esas personas que ya no están son lindos, todo es más simple. Vayan por más y mejores recuerdos. Olvídense de los momentos de mierda. Al menos por un rato, así se permiten disfrutar de las pequeñas/grandes cosas.    

La vida se nutre de momentos y es menester convertir esos momentos en recuerdos alegres. Pues será la misma alegría la que motive la construcción de otros que luego serán recuerdos añorados.

Y recuerden que todo lo que dejamos pasar o lo pateamos para más adelante, se pierde.

Si tienen ganas de un buen momento no lo desaprovechen. Más tarde se pueden arrepentir por dejarlo pasar. Al final de cuentas, de lo único que estamos seguros en esta vida es que algún día nos vamos a morir. Pero entiendan eso como una enseñanza para la vida pues vivir implica morir.

No se priven y no le teman a la felicidad. Si le molesta a los demás, que les moleste.

Vivan y sean felices. Hoy y siempre. Así sea de a ratos. La felicidad es urgente.

Existen abrazos que todo lo curan y arrancan felicidad. Caricias, besos, miradas…

Bueno. En fin. Creo haber sido lo suficientemente claro con el mensaje. Es por ahí. Arriésguense.

“El que no arriesga, no garcha”, se lee en una pared de la Paternal junto a un dibujo del Diego con la camiseta de Argentinos y un afiche borroso en el que se adivina el show de una bandita de rock en un lugar indescifrable.

¿Quieren un mensaje más sutil o menos guarro? No lo tengo. No ahora. Es culpa del whisky.

Bueno. Pará. El Indio canta “El que abandona no tiene premio” o “Si no hay amor, que no haya nada”.

Yo me quedo con eso. Ustedes tomen nota mientras yo termino mi double black.     

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