Malvinas desde el cielo: “El mayor orgullo es que me reconozcan los que fueron enemigos”, dice Sánchez

El comodoro Héctor Hugo Sánchez fue uno de los halcones que piloteó en Malvinas atacando embarcaciones británicas. Formó parte del Grupo 5. Las misiones: salir desde el continente y llegar a las Islas para enfrentar a los ingleses. Anoche, el aviador estuvo en el Aeroclub de 25 de Mayo. Compartió sus vivencias, sus miedos, su humanidad, que afloran en la guerra, ante más de 100 personas. El resto, lo contamos en esta crónica

(Por Leo Baldo)

“Nosotros no volamos por un gobierno de facto, sino por lo que fuimos, por nuestra historia, nuestro pueblo, nuestra patria, por nuestra familia. Por amor a lo que dejábamos atrás y no a lo que teníamos enfrente”, afirma el comodoro Héctor Hugo Sánchez ante más de 100 personas en el salón del Aeroclub de 25 de Mayo. “Fuimos a pelear por eso”, refuerza.

Asimismo, considera: “De chico en casa, gracias a mis padres, yo sabía que las Malvinas eran argentinas. En la escuela de aviación militar todos los cadetes que ingresan hacen un juramento. En el momento en el que les entregan el uniforme juran por el pueblo argentino, por dios y por la bandera argentina hasta perder la vida. “Todos dijimos -si juro-“, dice. Su tono es parsimonioso. El público, escucha emocionado.

Hugo es oriundo de San Nicolás. Ingresó a los 17 años en la Fuerza Aérea. “No sabía lo que era ser militar, ni tenía ningún antecedente sobre la carrera militar”, sentencia ante la primera pregunta que sale desde la gente.

El comodoro afirma que dios tiene un destino marcado para cada uno de nosotros. Estuvo cuatro años estudiando como cadete hasta recibirse como oficial. Además, un año en la escuela de aviación haciendo el curso básico y el avanzado que dura medio año y, un año en Mendoza, realizando lo que se llama “Escuela de Caza”.

Ahí mismo les daban los lineamientos básicos para que se desempeñaran como pilotos de guerra. Los mejores eran los que estaban destinados a una unidad de combate. En ese momento era Villa Reynolds. Volaban los A-4. Durante 4 años voló en ellos acumulando 600 horas de vuelo.

“Estábamos muy bien preparados”, relata. Y agrega que el “material en el que volaban era obsoleto respecto al de los ingleses”, pero reafirma su formación. Es que sí, estaban con Dios y con los Halcones.

Desde que egresó, al conflicto bélico, pasaron seis años y un par de meses. Él tenía 28 años, era soltero. Solo lloraban su madre y su hermana. Mientras tanto, Héctor miraba a sus guías. Tenían familias constituidas. “Me movía el alma el solo pensar lo que perdían esas familias”, sentencia. Pero a su lado tenía una persona más joven, que recién terminaba su curso. La guerra necesitaba de hombres formados para salir desde el continente y atacar. Todas las edades, todas las realidades, todos los sufrimientos y promesas.

NO SON AVIONES

El comodoro define a los A-4 como un “sistema de armas” y no un avión. “Lleva un año en calendario para estar habilitado y dominar todos esos comandos e ir a combate”, destaca.

Sánchez retoma la figura paterna: “Mi padre lo más sagrado que me dijo fue: tu palabra es lo más importante que tenés”. Valores con los que anhelamos vivir, pero que se van desperdigando. El héroe, que no quiere definirse como tal, vuelve a dejar una huella entre los presentes que lo oyen.

Ellos vestían un uniforme. Se trataba de una campera con halcones. Eso lo selló para siempre. El Grupo Cinco partía desde Río Gallegos: Salían desde el continente y tardaban tres horas y media en ir y volver. Cumplían la misión. 34 pilotos, 34 vidas que se juntaban a rezar y a cenar. 34 cuerpos que se subían con mucho recelo a los A-4, pero una vez, dentro del fuselaje, eran profesionales.

Sánchez afirma que antes de subir al avión iba caminando por la plataforma y le temblaban sus rodillas.

“El miedo no es ajeno, somos seres humanos. Nosotros no éramos ni locos, ni kamikazes, sino profesionales. Cuando uno se sube sabe dónde va. Como seres humanos una de las pasiones o sentimientos es el temor”, resuena en la sala.

Desde el 2 de abril hasta el 1 de mayo fue el tiempo que tuvieron “Los Halcones” para que la gente de la armada les explicara cómo atacar un buque de guerra. “No teníamos ni idea y lo tuvimos que aprender”, expresa.

Se suponía que del 100 por ciento que iba, volvía el 50 por ciento. “Cuando uno está en un conflicto lo que menos hay que dejar aflorar son los sentimientos. Era el vivir el ahora más que nada. Nunca pensar en mañana ni en el futuro próximo. Era muy difícil. El miedo es contagioso. Para superarlo trabajábamos en equipo y tratábamos de superarlo”.

Narra que iban a un lugar en donde solo estaban los pilotos. Ahí compartían sus emociones y trazaban los mapas para futuras misiones, sus cartas de navegación. Lo colectivo y el abrazo en Malvinas, según se interpreta, servía para otra batalla.

“Nos despedíamos de los que se quedaban sin decirnos absolutamente nada. Y el miedo, al subirnos al avión, se desvanecía”.

Combatían con un clima hostil. Lluvias y nieblas permanentes. El grupo se dividía en dos. Cuenta que cuando cenaban se juntaban, respetaban los lugares, pero que cuando faltaba uno dejaban ese lugar libre para afirmar que un miembro del comando había caído en batalla. El recuerdo.

La guerra en la meza. La tristeza y tener que salir al otro día. Difícil de digerir. Solo ellos estaban preparados para enfrentar eso que nos es tan lejano. Mientras tanto, la necesidad de reírse imperaba, se molestaban entre los miembros del escuadrón: “Entre lo trágico le poníamos nuestra cuota de humor”, manifiesta mientras hace silencio y luego ríe.

Sánchez

Sánchez dice que de “seis que salían podían volver cuatro. O de ocho, regresaban ocho. “De nada servía decir ¡Viva la Patria! En el regreso cuando sabíamos que habían caído tres compañeros. Es lo peor que nos podía pasar”.

El relato es crudo. Muy conocido, pero debería serlo aún más. Lograron derribar embarcaciones inglesas desde esos aviones que se perdían en la lluvia o que volaban de manera rasante cerca del agua o la tierra para pervivir. De hecho, el comodoro Sánchez queda sin combustible antes de llegar al continente y desde un Hércules sale la manga para abastecer el A-4 que piloteaba. Una especie de cordón umbilical que lo alimenta, lo salva. Proezas que pueden llegar hasta la narrativa mitológica.

“Rindo homenaje a los Pilotos Argentinos, porque la gente de coraje merece siempre todos los homenajes. Profesionalmente, sus pilotos fueron los más exactos, no sólo de la Fuerza Aérea Argentina, sino de la aviación integral. No sólo demostraron que eran buenos, sino que mejores que los mejores. La Fuerza Aérea Argentina, ganó su batalla aeronaval contra la flota inglesa” Octubre de 1982 – Pierre Closterman (as de la aviación Francesa durante la Segunda Guerra Mundial): -“

Dice el prólogo del libro escrito por el Comodoro Pablo Marcos Rafael Carballo.

-Hugo, ¿qué sentís que un piloto francés los reconoce como los mejores aviadores de guerra? Le pregunto al final.

-El mayor orgullo es que me reconozcan los que fueron enemigos-, responde Sánchez.

Corto el micrófono de la grabación. La charla sigue. A los 20 minutos, culmina. Aplauden. Hay lágrimas entre los presentes. Me seco un ojo.

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