Pablo Carrizo, ser humano, periodista, escritor y, veinticinqueño, publicó este hermoso texto hoy en sus redes. Nos los compartió. Gracias.
(Por Pablo Carrizo)
El paso del tiempo no logra borrar los recuerdos y los buenos momentos que se viven en la niñez pues esta representa uno de los mayores tesoros que dispone el ser humano.
Cada vez que regreso a mi vida en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tras pasar días de vacaciones, ocio y/o descanso en 25 de Mayo, es muy común que compañeros de trabajo o la gente con la que me frecuento me consulte sobre la ciudad. Incluso Romina, mi psicóloga, con un par de preguntas que resultan tajantes: ¿Qué hay en 25 de Mayo? ¿Qué tiene 25 de Mayo?
Automáticamente me viene a la cabeza una chacarera extraordinaria, titulada Añoranzas, y esa versión interpretada por Los Manseros Santiagueños que incluye con un recitado al comienzo de la misma, que no tiene desperdicio. Es maravillosa y emotiva en partes iguales. Máxime para aquellas personas que nos identificamos con un tema que trata sobre la niñez, la migración y esas cuestiones propias de la vida que obligan a abandonar el hogar y el lugar que nos vio crecer, en el que fuimos inmensamente felices.
El recitado de Añoranzas, escrito por Julio Argentino Jerez, comienza con una pregunta…
“¿Qué tiene la chacarera? ¿Qué tiene que hace alegrar?
A los viejos zapatear, los mudos la tararean
y los sordos se babean cuando la sienten tocar”
Esas preguntas son las que resoplan en mi mente cuando me consultan por 25 de Mayo.
¿Qué tiene 25? ¿Qué tiene que hace alegrar?
Aquella letra, hermosa sin dudas, continúa narrando las virtudes de la danza identificada con la provincia de Santiago del Estero pero yo la relaciono –automáticamente- con todas esas personas del interior que se vieron forzadas por las circunstancias y no les quedó más alternativa que dejar su lugar en el mundo. Jeréz escribió Añoranzas pensando en Santiago pero yo pienso en 25.
Y es ahí cuando la emoción cobra presencia, los recuerdos fluyen y es imposible evitar la comparación de su letra con todo lo relacionado a 25 de Mayo.
Me nace compartirla pero con algunos arreglos, licencias y modificaciones en los que Santiago del Estero se convierte en 25 de Mayo.
“Cuando salí de 25, todo el camino lloré
Lloré sin saber por qué, pero yo les aseguro
Que mi corazón es duro, pero aquel día aflojé”
Es que 25 de Mayo tiene todo lo que un ser humano necesita para ser feliz y es indudable que marca nuestra niñez y también nuestra adolescencia, momentos en los que tenemos que emprender la retirada del pago para buscar un futuro en ciudades con más oportunidades.
En mi caso tiene la familia, los amigos, las pasiones o los amores, los caballos, la cocina y los aromas de la infancia pero también tiene algo que lo hace muy pero muy especial.
En el mapa ubicado en uno de los ingresos a la ciudad, en el ensamble del Acceso Moisés Lebensohn con la ruta 51 me espera Pablo, con diez o doce años, o tal vez dieciocho… no lo sé.
Aguarda sentado en aquel monumento que representa la geografía del partido veinticinqueño.
Ahí espera cada vez que llego al pueblo y cuando divisa la combi -a lo lejos- se le dibuja una sonrisa indescriptible. Y se pone de pie y desea mi abrazo. Ansioso y feliz al mismo tiempo.
Pablo es esa versión que todos tenemos de nuestra niñez. La que vive en 25 por siempre.
Es el mismo que se angustia en cada partida y se regocija con cada llegada.
“Dejé aquel suelo querido y el rancho donde nací
‘Onde tan feliz viví, alegremente, cantando
En cambio, vivo llorando igualito que el crespín”
Y al verme bajar del vehículo corre al encuentro a toda prisa, como desesperado. Y nos fundimos en un abrazo que nos hace uno. Y mis años desparecen por completo hasta convertirme en un pibe y casi sin querer vuelvo a tener la edad que hoy tiene Pedro, mi hijo, otro de los tantos enamorados de 25 de Mayo que existen en el mundo.
Aquel Pablo de tonos sepia se trepa al alcanforero de Plaza Mitre con Pedro, Manu, Cala y Margot. Y disfruta las cabalgatas por el camino de tierra que conduce al Club de Polo. Y anda en bici por las calles y juega al ring-raje. Y vive la vida del mismo modo que la vivió décadas atrás. Se junta con sus amigos de siempre, se cruza con cuanto conocido aparece en su camino, con abrazos y sonrisas cómplices que recuerdan historias de otros tiempos, y disfruta de cosas básicas y simples como un buen plato de comida elaborada por la vieja, el viejo, las tías o las abuelas…
“Los años ni las distancias jamás pudieron lograr
De mi memoria apartar y hacer que te eche al olvido
Ay 25 querido, añoro los alcanforeros y tu quebrachal”
Es verdad que hay gente que bien podría aburrirse en un lugar como 25 de Mayo pues es también una cuestión de gustos pero no es mi caso. Yo vivo en CABA y también disfruto de sus virtudes pero no es menos cierto que también padezco algunos de sus problemas. Sin embargo, 25 representa el cargador de la batería, el cable a tierra, la conexión con todo lo que está bien. No es un lugar perfecto, eso está claro, pero se acerca bastante al paraíso o más bien a un oasis.
“En mis horas de tristeza, siempre me pongo a pensar
Cómo pueden olvidar algunos de mis paisanos
Rancho, padre, madre, hermano con tanta facilidad”
Y volvemos a la infancia. Somos nuevamente niños. Y andamos a caballo y nos caemos, subimos a los árboles y nos duele todo el cuerpo, y jugamos a lo que pinte y nos asustamos, y sentimos esa adrenalina que en algún momento se apropiaba de nosotros.
Nos encontramos. Nos encontramos con la familia, con los amigos, con viejos conocidos y con los recuerdos pero principalmente nos encontramos con nosotros mismos. En realidad, nos reencontramos.
Y volvemos a ser aquellos chicos que fuimos en algún momento y estamos de nuevo en esas etapas mágicas que son la infancia y la adolescencia, donde las preocupaciones no eran nada comparadas con los problemas que tenemos hoy día, ya adultos.
“La otra noche, a mis almohadas mojadas las encontré
Mas, ignoro si soñé o es que despierto lloraba
Y en lontananza miraba el rancho aquel que dejé”
25 nos transforma en aquel pibe que en cada partida ahí se queda. Sentado, con los codos apoyados en las rodillas y el rostro sostenido por ambas manos. Y unos ojos vidriosos que me impiden voltear la mirada para que la angustia no gane la partida.
Transcurren un puñado de minutos y ya nos extrañamos un montón. Él se queda mirando como la combi se aleja inexorablemente y yo prefiero mirar la ruta o el horizonte enmarcado en campos inmensos. De ese modo se evita una emoción mayor. También le dicen angustia…
Los dos sabemos que el reencuentro será cada vez más conmovedor y seguramente tenga que ver con que la diferencia de edad se hace cada día más grande, y uno se vuelve más viejo y más sentimental. O simplemente tenga que ver con que jamás terminamos de irnos del lugar que nos forjó. El mismo que nos regaló una infancia o niñez que nos marcó para siempre.
“Tal vez, en el campo santo no haya un lugar para mí
Paisanos, les vo’ a pedir antes que llegue el momento
Tírenme en campo abierto, pero allá donde nací”
Es entonces donde comprendo que todo el amor que uno siente por el lugar en el que se crío es directamente proporcional a la felicidad que experimentó de niño.
Y es ahí donde deseo que todos los chicos del mundo tengan una niñez feliz pero principalmente una buena vida. Y que esa buena vida tenga que ver con una infancia mágica e inolvidable. Como la que tuve yo, que me mantiene atado a mi lugar en el mundo y que me acompaña como carta imprescindible de presentación.
Es que somos lo que somos por los valores adquiridos en la infancia y la adolescencia.
La educación, el respeto, la felicidad, el afecto y el cariño logrados de niños, en las distintas etapas de nuestra crianza, nos forman para siempre.
Vuelvo a 25 de Mayo -cada vez que lo hago- para ser nuevamente un pibe.
Regreso todas las veces que puedo para volver a esa infancia que jamás olvidaré y que es seguramente uno de mis mayores tesoros. Es ahí donde me siento un hombre rico.
(telón lento)
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