Siesta

(Por Luciano Boyero)

Pan.

Queso

Pan

Cabeza

Quique

Cholito

Manota (…)

No atajo canté pri!

Tavi ganó el pan y queso, y como era el dueño de la pelota sacó su equipo.

Ya faltaba poco para que empiecen las clases de nuevo. Había sido un verano largo y para nada distinto a los anteriores. Los días transcurrieron entre las casas y la canchita de la esquina, a la sombra primero y en el partido después, cuando el Sol se ponía menos violento. Las charlas que compartían sentados contra el paredón, comiendo como postre mandarinas que el árbol del vecino les regalaba, no se alejaban demasiado de dos temas centrales: el capítulo de los dibujitos del mediodía y Natalia, la hija del vecino.

Cada día, con las últimas luces de la tarde, salía de su casa a pasear con sus amigas, que iban a tomar helado al centro. El mundo se detenía para la banda. El partido quedaba congelado, cada cual absorto frente a la melena rubia que a más de treinta metros destellaba desde el umbral, haciendo estragos en las agitadas mentecitas de la banda.

Generalmente algún arquero, aburrido y distraído lejos de la pelota, era el primero en darse cuenta de que a una cuadra se acercaban las jóvenes riendo en un grupito muy apretado, como una señal que precedía al paraíso. Entonces la pelota se frenaba, todos se sumergían en un mundo propio y con las bocas semiabiertas esperaban el centelleo del Sol reflejando la gloria misma, al abrirse la puerta de la casa del Dr. Orlandi por donde salía Natalia. Nadie decía nada, solo observaban con una media sonrisa algunos, haciéndose los desinteresados otros, pero todos mirando, expectantes. Las chicas se reían, hablaban en cuchicheos agudos que lejos estaban de ser disimulados, y la estrella de la tarde se sonrojaba una vez más. Se sonrojaba, pero lo disfrutaba. Su pelo recién lavado soltaba un perfume a manzana que a veces parecía llegar a la canchita para el deleite de los mocosos. Solo era eso, no duraba mas de tres minutos desde que abría la puerta, saludaba a sus amigas y desperecían por la esquina distraídas y hablando de algún chico de su edad, en el mismo momento en que ambos equipos estallaban en una conversación revuelta, tapándose las opiniones de unos con los comentarios de otros. Sin embargo todo pasaba, y se zambullían nuevamente a tratar de terminar un partido que se hacía imposible por la falta de luz. Todos lo olvidaban menos Julián.

Él ya no podía volver a pensar en cuanto iban, ni si debía correr o quedarse para defender. Era como si el viento todavía sacudiera esas hebras de miel frente a sus ojos, y ella siguiera sonriéndole para él hasta la hora de la cena. Una vez en la mesa, ya nada -ni siquiera el pelo de Natalia- hubiera podido opacar la fascinación de Julián con las historias del trabajo del padre.

Carlos era viajante, y cada noche traía una historia de la ruta, siempre condimentada con algún ingrediente fantástico que él agregaba (Julián ya sospechaba de la veracidad de esos detalles, pero no decía nada, puesto que eran justamente lo que más le gustaba). Como los viajes eran a pueblos cercanos, casi no había noche en que Julián se acostara sin admirar a su padre.

Esa noche cenaron, Carlos contó, a pesar del cansancio, sobre el zorro que vio pelear en la banquina con un chimango, y se acostaron. Pero Julián no pudo dormirse en seguida. Miró el techo a lo largo de dos horas mientras imaginaba y recordaba la musculosa verde que Natalia tenia puesta ese día. Pensó que le quedaba mejor que la remerita del día anterior, y hasta incursionó un poco mas en la sensación que había tenido por la tarde, de que ella lo había mirado.

Al día siguiente se despertó, como todos, cerca de las once de la mañana. Fue al baño, desayunó y salió a encontrarse con los amigos que sabía iba a encontrar en la esquina, sentados en el cordón y preocupados por el pronto regreso de las clases. Antes de las doce volvió a poner la mesa y a mirar los dibujitos, un capítulo en el cual había aparecido un villano más superpoderoso que el del día anterior.

Á pesar de la desaprobación de la madre, Julián estaba en la canchita bastante antes de que termine la hora brava del mediodía. Al rato ya estaban los dos equipos, aplastados por el Sol, contra el paredón pelando mandarinas, pero fascinados con la pelea que había tenido el héroe de los dibujitos con el supervillano del día. Por más que a Tavi lo hubiesen dejado salir a la calle en seguida, sin dormir siesta, el calor sofocante de ese día no alentaba para nada a moverse fuera de la fresca sombra del paredón y el mandarino. Pero cuando el mas chiquito llegó con la pelota (pincha emparcha, rompe paga), no tardaron en formar los equipos y empezar a jugar un partido igual de desprolijo que los anteriores.

Un arquerito en cada rudimentario arco, -hechos de piedras, ramas y una gorra- y ocho muchachitos corriendo atrás de la pelota y revoleando patadas, traspirados, contentos. Así pasó la tarde entre una que otra discusión sin relevancias, con el sol como primer espectador bajando lentamente, hasta que sucedió el hecho que quizás, sin notarlo, sería el responsable de hacer que ese verano sea distinto a todos los otros.

Julián estaba en el arco, atento como nunca siguiendo la pelota con la mirada. Manota estaba demostrando por qué el resto de los chicos lo admiraban. La pisaba, amagaba a patear a un lado pero dejaba la pelota muerta en el lugar. Quique estiró la pierna y la pelota le pasó de caño. Manota hizo un firulete que dejó pasmado al Cholito que se enredó con sus propias piernas. Entonces quedó solito frente al arquero, se preparó y sacudió un bombazo al arco. Julián ni se mosqueó. Decidido, cerró los ojos y rechazó la pelota con una patada más fuerte aún. El esférico se elevó. Pasó la mitad de la cancha, pasó el otro arco y se siguió elevando. Increíblemente, superó las ramas de los plátanos, cruzó la calle y fue a caer en el patio del Dr. Orlandi. El grupo explotó en carcajadas, mientras que a Julián se le durmió el corazón y Tavi empezó a refunfuñar.

Todos rodearon a Julián para empujarlo, sacudirle el pelo y decirle alguna cargada. El arquerito no reaccionaba. Estaba pálido, mirando el lugar donde se había visto desaparecer la pelota. Cuando decantó, se libró de sus compañeros, inspiró coraje en un suspiro profundo e interminable, y encaró con paso decidido hacia la puerta de la casa del Dr. Orlandi. Cruzó la calle con los puños apretados, se paró frente a la puerta y miró hacia atrás. Estaban todos en la vereda de en frente con una sonrisa que no les cabía en la cara, imagen que no hizo otra cosa distinta a ponerlo más nervioso. Enderezó la cabeza, se miró en el deformado Julián que reflejaba el picaporte de bronce y con un acto de arrojo inconmensurable tocó el timbre.

Casi inmediatamente se oyó desde adentro algo que lo dejó petrificado.

La voz más dulce, clara, angelical, hermosa que jamás haya escuchado:

-¿Quién es??

Abrió la boca, pero no encontró nada para decir.

Se oyeron pasos que se acercaban. Natalia abrió la puerta y a Julián le dio un vuelco el corazón. Ella tenía una pesada trenza que le caía sobre un hombro, como dos ríos de oro que jugaban divertidamente. Un vestido blanco se estiraba sin esfuerzo por alcanzar sus rodillas que continuaban en dos piernas doradas por el sol hasta terminar en dos pies descalzos, no sin antes pasar por una tobillera de caracoles. Dos discazos color miel lo miraban fijamente cobijados entre espesas pestañas. Tenia pecas en la nariz. Y sonreía:

-¡Hola!

-eeehh, se nos fue la pelota a tu patio.

-Ah! Bueno, queres pasar a buscarla?…

Fue como si le hubiesen abierto una ducha de agua fría en su cabeza. Julián no se asustó, pero era lo último que esperaba escuchar y lo sacudió. De pronto las manos empezaron a transpirarle.

-No, está bien… te….te espero acá, eh.. no hay problema..

-Es que estoy descalza y no me quiero ensuciar los pies. Dale, pasá.. no pasa nada…

No existe persona en el mundo que se resista a hacerle caso a semejante sonrisa-pensó Julián- ni siquiera Gokú (el héroe de los dibujitos).

-Bueno, permiso- dijo.

Hizo dos pasos, sin terminar de entender lo que estaba pasando, y se quedó durito al lado de la puerta.

La joven lo miraba sin dejar de sonreír, como si se estuviese divirtiendo.

-Que fuerte le pegaste!… vení, seguime, es por acá.

Salió caminado y agarró un vaso de jugo de naranja que había sobre la mesa.

Julián la siguió, sin atreverse a levantar demasiado la cabeza y menos a decir ningún comentario.

Pasaron frente a un televisor prendido, rodearon una mesa de madera oscura elegantemente decorada y entraron a una espaciosa cocina con una puerta abierta con mosquitero.

-Por acá…- dijo la blonda, y se quedó apoyada en el marco de la puerta llevándose el vaso a la boca.

Julián pasó con un cuidado que no alcanzó para evitar chocarse una silla, lo que hizo estirar la sonrisa a Natalia.

El sol también golpeaba el patio del doctor. Era un lugar que rebalsaba de verde, había canteros con flores y plantas de todo tipo y tamaño en los bordes, y tenían dos arbolitos tupidos: uno en cada rincón. En el medio, cayéndole de lleno una catarata de luz, había una reposera escoltada por una mesita de metal trabajado, sosteniendo una jarra con jugo de naranja. Y mas allá, algo que por un segundo casi le hace olvidar a Julián lo trascendente que era ese momento: una pileta. Arriñonada, con agua recién cambiada que parecía llamarlo a gritos.

-No escuché nada. ¿Hace mucho se les pasó la pelota?

-Que?… Ah, no….. recién…

Apurado sin razón, se puso a buscar la pelota que no veía a simple vista.

-Menos mal que justo entré al baño, eh… mirá si me pegaban…

Dijo Natalia fingiendo seriedad

-Es un chiste… – Tranquilizó al pibe que se había puesto bordó.

Julián buscó en la pileta, en los canteros y debajo de la reposera pero la pelota no daba señales, cosa que no ayudaba en nada con los nervios del pobre pibe.

-No me habrás mentido no?.. jajajaj… fijate en los limoneros, podrás subirte?

“Cómo no voy a poder subirme!!” pensó indignado.

Se acercó al limonero mas grande, cosa de impresionar a la chica, y cuando miró para arriba vió la pelota enganchada en una horqueta. Enseguida estiró los brazos y se dispuso a trepar. No fueron mas de dos metros, pero bastaron para inflarle el pecho de orgullo. Mas con las exageradas expresiones de asombro que lanzaba Natalia (“wow!, tene cuidado eh, estas re alto!, no te da miedo?”)

El chico adquirió una expresión de superación, el rostro serio y sereno, y de un salto quedó parado en la hierba con la pelota bajo el brazo.

-¿Querés jugo?

Simple y llana, la pregunta bastó para desinflar al muchacho y dejarlo sin reacción.

-Hey!, te comieron la lengua los ratones?.. te gusta el jugo?

-Pp… ss..tsi…si..

-Bueno, trae la jarra y el vaso- Y desapareció en la oscuridad de la casa.

Ya Julián se empezó a distender, se dió cuenta que no era tan grave el asunto. Todo lo contrario: no solo estaba en la casa de una chica grande, sino que era hermosa y lo invitaba a tomar jugo!

Cuando entró, los ojos tardaron en acostumbrarse a la sombra y cuando lo hicieron, pudo ver a Natalia sentada en el sillón del living mirando la tele. Él se acercó y se sirvió jugo.

Ella estiró la mano con el vaso, y él le sirvió también. De un momento para otro, tuvo la situación controlada. O mejor, directamente dejó la angustia en el patio. Se sentó en el sofá con total naturalidad, bebió de su vaso y disfrutó el programa de la televisión (que resultó no ser un programa de grandes).

Así estuvieron un rato, conversando de vez en cuando, riéndose, relajados.

De pronto se dió cuenta.

-Los chicos!.. me van a matar!- Dijo.

Se levantó de golpe y agarró la pelota. Natalia también se levantó.

-Muchas gracias por el jugo…..

-Naty- Completó ella.

-Naty…-Dijo él sonriendo.

-De nada. Si te aburrís, volvé cuando quieras. Nos podemos meter a la pileta.

-Esta bien, gracias.

Se quedó callado y mirando sin saber que hacer. Entonces Natalia puso sus manos sobre los hombros de Julián, acercó la cara a su mejilla, y le regalo el beso mas suave que jamás nadie le volvería a dar. Él, sin cerrar los ojos, solo se regaló al perfume de manzanas que brotaba de la trenza y sin decir nada, abrió la puerta y se fue.

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