25 Motor Rock: donde el rugido del motor se encuentra con el latido del rock

(Por Leo Baldo) En la llanura bonaerense, a poco más de 200 kilómetros de Buenos Aires, existe un festival que es, al mismo tiempo, una celebración de la velocidad, la música y una identidad que mezcla tradición local con un aire cosmopolita. Se llama 25 Motor Rock y, durante tres días, convierte a la ciudad de 25 de Mayo en un santuario para motociclistas, amantes del rock y curiosos que llegan de toda Argentina.

El visitante desprevenido podría pensar que se trata de un evento pequeño, un encuentro de pueblo. Sin embargo, la magnitud sorprende: miles de motos alineadas como una coreografía de acero, bandas que alternan clásicos del rock internacional con canciones propias y un público que baila, canta y se funde en una hermandad improbable.

La estética es global —cueros negros, cascos brillantes, tatuajes que cuentan historias—, pero el pulso es profundamente argentino: el mate pasa de mano en mano, los puestos de choripán rodean la plaza y las guitarras eléctricas conviven con la calidez barrial.

“El motor es libertad y el rock es rebeldía. Acá se unen las dos cosas”, dice Marcelo, un motociclista que viajó más de 700 kilómetros desde Neuquén para participar. Sus palabras resumen el espíritu de un festival que, a lo largo de los años, se consolidó como un hito en el calendario cultural de la provincia.

El 25 Motor Rock no busca la perfección estética de un megaevento de Las Vegas ni la mística legendaria de Woodstock. Lo suyo es más bien un híbrido: un Woodstock sobre ruedas, nacido de la pasión de una comunidad y sostenido por el deseo de compartir. En ese cruce, en ese choque de culturas y motores, late algo universal: la búsqueda de pertenencia, de identidad, de un espacio donde el ruido no molesta sino que une.

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