La orfandad de los libros

En el día de ayer partió a otra vida el periodista y vecino Daniel Balanche. Un apasionado por la comunicación que marcó un estilo en eso de hacer periodismo.

(Por Sebastián Damiano)

Me llega un mensaje con el aviso: murió Daniel Balanche. 

Y la mente comienza a rumiar recuerdos. Yo estaba trabajando en Emisora 25, hacía muy poco que había empezado a hacer el móvil periodístico de la radio -ya instalada en la 9 entre 31 y 32 – con Oscar Raineri y Maria Zabala en los estudios centrales. 

Daniel era asiduo escucha de la radio, llamaba siempre. Ambos del barrio, lo veía pasar por casa, por la calle 12, con el Taunus celeste cargado hasta el techo de ejemplares de “El Veinticinqueño”, el semanario que fundara un 8 de noviembre junto con su madre, Ana Regina Rondeau. Un gran aporte cultural para 25 y la zona.

Un día me contactó para que vaya a participar del semanario y ése fue mi primer contacto con el periodismo escrito. 

El taller de armado del impreso de calle 35 estaba poblado de computadoras viejitas con sistema operativo DOS. Me hizo lugar en una de ellas para que pudiese garabatear mis primeras noticias en un monitor fósforo blanco, con el Pro Write, procesador legendario de aquella época. Creo que una noticia era deportiva, y la otra, sobre un baile que organizaba la Asociación Cosmopolita.

Inolvidable la sensación de verme publicado por primera vez. Daniel fue muy generoso conmigo, me dejaba escribir con libertad, no tocaba ni una coma, me decía que yo tenía escritura periodística. Siempre me brindaba palabras de aliento cuando terminaba una nota por la radio que a él, particularmente, le había gustado. 

Y esa generosidad es la que me marcó y me enseñó a que también se puede volar con las palabras. 

Años después, me animé y empecé a redactar títulos para la radio. Más tarde llegó la página web de la emisora. Y eso me impulsó a estudiar redacción periodística y luego entrevistas. 

La vida me regaló grandes satisfacciones al poder contar historias desde la escritura. Aunque ya no trabaje en comunicación, y cada tanto despunte el vicio de escribir, siento que estas líneas póstumas son agridulces, porque si bien son de gratitud hacia la generosidad de Daniel, llegan tarde, cuando su alma ha decidido emprender el viaje. 

Tipo muy peculiar, podías estar horas escuchándolo, un bagaje cultural muy amplio, a los pocos minutos de oírlo, se podía intuir la voracidad lectora que cargaba de años. Conocía mucho a la gente, conocía mucho al veinticinqueño y su historia. 

No se guardaba nada, frontal hasta las muelas. Blanco o negro, lo querías o no lo querías. 

No era fácil, tan sensible como temperamental, sumamente inteligente y muy pícaro. Te tiraba una, te miraba y te cazaba al vuelo. Observaba muy bien los silencios del otro. Pasaba de cantarte “las cuarenta” a pedirte disculpas con la misma hidalguía.   

Me acuerdo de la FM, su otro amor, el aire de esa radio fue único. El tango, clásica, música española, nunca volví a escuchar un ambiente de radio cargado con tanta pero tanta historia.

Algún día me alcanzó hasta casa cuando tenía el Senda azul ¿Y que había desparramado por los asientos de atrás y el torpedo del coche? Si, libros y más libros. Donde tenía la radio en la 28, pegado a lo de Iturria, también había mesas con pilas y pilas de libros.

Me gustaría imaginar que tantos libros huérfanos, algún día abrirán sus hojas como alas y buscarán el cielo en bandada como los pájaros, tras los pasos del escritor.

Allá arriba lo esperan con los brazos abiertos su mamá Ana y su papá, como algún tiempo atrás, a la entrada de Don Segundo Sombra. Y ahora, para mostrarle una biblioteca infinita dónde -desde hoy- hace una pausa temporal el libro de su última vida.

¡Buen viaje, Daniel!

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