(Por Leo Baldo) La sesión terminó recién esta mañana. De esas que te dejan la espalda rota, los ojos rojos y la cabeza dándole vueltas a lo que se vio y, sobre todo, a lo que se negoció mientras el resto de los pagos dormía. Con el aire acondicionado del recinto que no daba abasto y un calor que se sentía en cada discusión, Ramiro Egüen finalmente se llevó lo que buscaba: la reforma fiscal histórica y el Presupuesto 2026. Metió un pleno. Diez tasas menos de un solo saque. Pero ojo, que en política nada es gratis y el costo se paga después.
Llamó la atención la dilación. Horas y horas con el reloj clavado mientras el ambiente se ponía cada vez más pesado. Algunos se impacientaban en las bancas, pero la verdad estaba en el “minuto a minuto” de las negociaciones de pasillo. Ahí es donde el bloque oficialista tuvo que arremangarse, encontrando en los sectores que buscan el cambio un eco necesario para avanzar. Se lo vio a Francisco Recalt con un protagonismo marcado, moviendo los hilos y buscando ese consenso que por momentos parecía escaparse. Recalt fue clave en ese engranaje: bajó al detalle técnico y sostuvo la parada cuando cada voto pesaba una tonelada.
Mercedes Squillaci, por su parte, fue la guardiana de la institucionalidad. Golpeó la mesa con las formas y el respeto al cuerpo colegiado, marcando una cancha que por momentos parecía desdibujarse en el fragor de la madrugada. ¿A quién le hablaba Mercedes cuando pedía tanto orden institucional? ¿Era un mensaje para los de enfrente o un recordatorio para los propios de que el único camino seguro para transformar de verdad es la ley?

Pero en esa arquitectura de poder hubo otros pilares fundamentales. El trabajo de Guillermo Lance fue determinante. El radicalismo, con Lance a la cabeza, aportó el volumen político y la experiencia necesaria para que el bloque oficialista no fuera solo una suma de voluntades, sino una fuerza compacta que supo interpretar la demanda de austeridad que hoy baja desde Nación. Lance fue el encargado de aceitar los vínculos y garantizar que la coalición de gobierno hablara un solo idioma.
Lo cierto es que el Ejecutivo ahora tiene un presupuesto superavitario que, en los papeles, es un golazo de media cancha. Se eliminaron trabas burocráticas y se le sacó el pie de encima al que produce, apostando a un Estado más ágil y menos asfixiante. Pero lo que queda flotando en el aire de la calle 27, mientras los concejales se iban a dormir con el sol ya alto, no son solo expedientes aprobados.
El interrogante es otro. ¿Vimos un Concejo más maduro, capaz de debatir con altura y muñeca política, o fue solo una carambola de necesidades para cerrar el año? Egüen consolidó el rumbo y tiene las herramientas. La reforma es un hecho y el 2026 ya empezó a jugarse hoy mismo. Pero pará… esto es 25 de Mayo. Acá cuando parece que el agua se calma, es porque abajo se está moviendo el barro. Veremos quién queda en pie cuando baje la espuma de esta jornada histórica.
