Su mostrador lo exhibe en el supermercado chino ubicado en calle 103 entre 27 y 28. Es un carnicero diferente. Como principio, procura la buena atención, la charla y la limpieza. Además, claro, no “vende buzones”, sino productos de buena calidad.
(Por Leo Baldo)
Parado detrás de esa horizontal heladera de vidrio lo encuentro una mañana de martes. Lo había visto en otra carnicería del pueblo hacía años y lo recordé porque su charla, puedo decir, fue tan noble como el producto que me vendió en ese momento que luego tiramos en la parrilla del club junto a unos amigos una noche de verano.
Claro, esta semana me enteré por él lo siguiente: Hace 32 años que es artista de los cuchillos a la hora de despostar y vender.
Usted le pide, y Carlos, entrega en bolsa. Además, adhiere a los beneficios de cuenta DNI y BNA. ¿Y no te vas a comer un asado?
“El arcángel es mi carnicería. Al nombre lo eligió mi mujer”, expresa. Es atento en la escucha y mira a la cara. Humano y vendedor. Me muestra sus manos. Dedos cortados. Vestigios en el cuerpo del trabajo y, porque no, de una pasión.
Carlos ama ser carnicero. Interpreto que carne es su verbo.
Comprende nuestra cultura alimentaria y social. Los encuentros. “Carne, pan, agua y vino”, dice una canción.
Nunca se llega a ser, escribió alguien, pero para mí lo es. Un arcángel de los cortes de carne.
Por último, refiere a la sanidad de la carne. Alimento limpio y fresco es salud: “Lo que se ve en la película El patrón pasa y mucho en algunas localidades. Acá, la limpieza, el trato cordial y los productos de primera calidad, son los principios. Los esperamos”.
¡Salud!
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