(Relato. Por Cecilias Stella)
Rodeada de pinos, era la casa, del molino, así la llamábamos, un quinton con molino y tanque australiano, agapantus blancos, helechos frondosos , tres magnolios y 5 naranjos, rodeaban a la casona estilo romana, con ventanales gigantes y una entrada digna de una princesa, escalones de mármol y balustrinas de piedra. La casa del Molino estaba justo al lado de mi casa, yo podía verla desde el balcón de mi dormitorio, desde la terraza o desde un boquete que habíamos hecho mi amiga Eleonora, mi prima Alicia y yo, por muchos años estuvo deshabitada, pero no abandonada, nosotras solo saltando la pared medianera podíamos disfrutar del parque, del tanque australiano que siempre estaba con agua limpia. Sentadas en las escalinatas de entrada armábamos los té de la tarde imaginándonos, princesas de cualquier reinado. Dejamos de usar aquel jardín cuando todas ya teníamos 14 años. Nuestros sitios de encuentro dejaron de ser los pinos para ser nuestros dormitorios o nuestro parque. Ya éramos adolescentes, ya teníamos un amigo varón, se llamaba Ramiro, alto flaco, desgarbado y lleno de responsabilidades que jamás cumplía, su mama había quedado viuda y siempre le decía (sos, el varón de la casa), simplemente esa pequeña frase , hacía que él huyera en busca de otros amigos , en esas huidas solo encontró un grupo de amigas, tres chicas que para él eran lo mejor del barrio.
Una tarde calurosa, estábamos aprendiendo a besar, técnica que solo conocía Ramiro, el tenía el poder de convencernos, el tenía la virtud de asegurarnos que todo aquello que estaba prohibido él nos lo podía mostrar, desconfío de poder darles una idea detallada de las maravillas llevadas a la práctica por nuestro amigo, no quiero decir que besar estaba prohibido, lo que estaba prohibido era besar en la boca tocando la punta de la lengua del besado o besador, nosotras, Alicia, Eleonora y yo besamos mil veces la boca de Ramiro, mil veces su lengua tocó nuestras lenguas, una y otra vez, casi hasta tener los labios rojos de ardor; solo dejamos de besarlo cuando él con la sonrisa más amplia del mundo, nos decía señoritas han aprobado, ya saben besar; esa tarde, la tarde de los besos, vimos como un grupo de personas tomaba posesión de la casa del Molino, todos recorrían la casa, asombrados de tanta belleza, esa tarde la casa fue habitada.
Quienes eran, todo un enigma. Qué edad tenían? nadie lo sabía. Al día siguiente, todo el barrio sabía quienes eran los nuevos propietarios de la casa del Molino, Ramiro nos contó que eran artistas argentinos muy conocidos, que habían comprado la casa para utilizarla, como lugar de estudio, ensayo y descanso. Con el tiempo comenzamos a reconocerlos, y el saber sus nombres nos hacía sentir más cerca de ellos; es tan difícil cuando se tiene 14 o 15 años descubrir la edad de aquellos actores, porque para nosotros eran gente grande. Ramiro nos conto que su mama le dijo que ellos tenían mas o menos entre 26 y 30 años. —————Una noche salimos a la terraza de casa y casi como espías comenzamos a ver cosas que nos llamaron la atención y que jamás las contamos, para que nadie nos prohibiera mirarlas. Ramiro nos descubrió, y nos dijo Uds. saben algo que yo no sé, Uds., me están escondiendo algo. Era evidente que nuestras caras no podían ocultar tanta prohibición a flor de piel; Por la noche, Ramiro salto la verja de casa, subió con una soga al balcón de mi dormitorio y de allí los 4 nos fuimos a la terraza, en cuclillas y entre el espacio que quedaba entre balustrina y balustrina, vimos como una pareja hacia el amor en el agua del tanque australiano.-Callados, como estatuas de piedra, miramos cómo ellos filmaban una película, en realidad eso estaba en nuestro pensamiento, nos decíamos están ensayando.
Fue tan asombrosa aquella experiencia que decidimos, contemplarlos más detenidamente y en mejor foco. Abrimos un boquete, entre la ligustrina de mi casa y la pared medianera de ellos, justo a la altura precisa para poder contemplar los ensayos que ellos realizaban a veces acostados y otras parados. Ese verano Alicia se quedó en mi casa, Eleonora solo tenía permiso los jueves viernes sábados y domingos, días que muy frecuentemente ensayaban, Ramiro no tenía problemas, solo saltaba la verja de casa y podía ver desde el boquete; varias veces Ramiro nos ordenó que no lo molestáramos, que el necesitaba mirar solo, nosotras podíamos hacerlo desde la terraza. Eran las manifestaciones de ensayos asombrosos, porque la misma escena la hacían todos, y algunas veces eran 4 personas que ensayaban lo mismo, ellas eran alegres, y divertidas se reían mientras ensayaban, ellos también, solían fumar cigarrillos muy finitos, que se lo pasaban unos a otros, escuchaban música y bebían whisky. Por las mañanas dormían, por la tarde estaban en el parque, a veces sus manos sostenían hojas de papel que leían constantemente y dialogaban entre ellos pero siempre leyendo aquellos papeles blancos, esos eran los ensayos intelectuales, así los llamaba Ramiro, los otros eran ensayos activos.- Ramiro estaba fascinado, y nosotras también; como se abrían las bocas, como ellos besaban los pechos de ellas, como acariciaban las nalgas de aquellas mujeres tan hermosas, los sonidos eran motivo atrapante de aquellos ensayos. Camino a la heladería Flamingo y recordando todo lo que habíamos visto la última semana y reconociendo a Ramiro como el mejor maestro en enseñanza de besos, decidimos pedirle que nos prepare un ensayo intelectual y un ensayo activo.
Ramiro, aceptó la propuesta.