La escritora y docente, Sandra Serrat, nos trae este tierno relato breve. Disfrutalo.
Cuando éramos chicos, en casa, había muchos pajaritos. Mi padre los cazaba y los tenía en jaulas pequeñas, individuales. Cuando uno de ellos se acercaba a una de las jaulas que mi padre había colocado por la mañana, nos advertía de la situación. A veces pasábamos un largo tiempo sin poder salir al patio a jugar. Mi hermano y yo entendíamos lo que significaba para nuestro padre lograr tal hazaña. Y también lo que podría llegar a significar si lo ahuyentábamos.
Cuando un pajarito caía en la trampa, todo era felicidad. Si mi padre estaba feliz, eso significaba que todos estábamos felices, o más bien, a salvo. Mientras durara la felicidad en casa, no iba a haber gritos ni peleas.
Para nosotros, ver un pajarito encerrado en una jaula era algo habitual. Y si cazar un pajarito traía felicidad, significaba que estaba bien. Era una de las pocas veces que a mi padre se lo veía contento.
…
Luego del fallecimiento de mi padre, le pregunto a mi hermano por un pajarito encerrado en una jaula pequeña en el patio de la casa.
- Es el último pajarito que cazó papá.
- ¿No te parece que ya es tiempo que tenga otro destino?, pregunté.
- Sí, respondió.
Esa tarde lo solté, el pajarito se me acercó como agradeciéndome. Luego se posó en la rama de un arbusto y se quedó ahí un tiempo largo sin saber qué hacer.
En imagen, el último pajarito que cazó mi padre.
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