(Por Cecilia Stella)
Todo comenzó hace poco tiempo, aunque pudieron haber pasado varios meses. El tiempo no me preocupa. Lo que me preocupa son esas líneas tipo flechas utilizadas en los gráficos de geometría que atraviesan los espacios vacíos de mi cuarto. Cada una de esas líneas nacen en los ángulos de las intersecciones entre las paredes y el techo, yo las llamo las líneas madre. Luego está la segunda generación, son las que teniendo el mismo arranque terminan no en una arista sino en algún punto de un plano de mi cuarto. Y en todo caso ese punto representa el centro, el cruce de estas líneas crea ángulos inexistentes.
Yo las miro y hago combinaciones, como la línea naciente y la línea poniente. Cuando suena el teléfono no puedo atenderlo, las líneas forman una telaraña que me impide llegar hasta él. A veces se ubican en lugares como por ejemplo la biblioteca y por culpa de ellas he dejado de leer, o se ubican entre los pinceles y los colores, por eso a veces he dejado de pintar. Suena el teléfono y atiende el contestador, escucho – “¿hola Cecilia estas ahí?”, las voces de los que llaman son siempre las mismas personas y siguen llamando, pero yo no tengo manera de hacerles saber que las líneas no me dejan acercarme al teléfono.
En el freezer tengo preparada una cena exquisita, esperando que suene el portero eléctrico y encontrar la voz de mi recuerdo residuo extinguible de mi esperanza, voz que quisiera oír nuevamente. Y como saben no puedo llamar porque no me permiten las líneas perpendiculares. Voy a la cocina me sirvo un café y sigo escribiendo. Pronto acomodaré todo, borraré las líneas y todo quedará impecable. Y no es que los vectores retrocedan los ángulos originales hasta desaparecer. No nada de eso, no, desaparecen porque jamás existieron, así como no existirán cuando las vuelva a ver. Suena el teléfono, atiendo ,y es mi madre, el grabador comienza a grabar la voz de ella y sus conversaciones.-