(Por Cecilia Stella)
En un tiempo comencé a pensar que, entre mis parientes, podía acaecer cualquier hecho peligroso; de modo que mi casa ya, de por sí misteriosa, se fue enriqueciendo de enigmas. Las cosas más normales como hablar en la mesa, se prohibieron y, el silencio comenzó a tener un valor real, porque juntaba potencia.
Se prohibió reír fuerte; luego se prohibió llorar, se prohibió sufrir, se prohibió emitir opiniones. Por las noches algunos perdíamos el pelo, otros perdían los dedos, y otros la memoria.
Una mañana llegó a casa un ramo de rosas púrpuras, sutiles, con aroma de amores prohibidos, fue ese ramo un presagio de libertad, rosas heroicas que llegaron frágilmente y desparramaron en aquella resistencia polen de libertad.
Comenzamos a hablar en la mesa reímos a carcajadas, se lloró a mares, se amó con pasión, se volvió a leer y a desparramar certitudes, volvió a crecer el cabello, volvió la memoria; pero los dedos perdidos no los volvimos a recuperar.
*El dibujo es autoría de la escritora.
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